En los casi tres meses que llevamos confinados en nuestras casas en un intento por ponernos a salvo del nuevo coronavirus que ha cobrado al día de hoy la vida de más de 400 mil personas, la tristeza, el miedo y la angustia son algunas de las emociones que seguramente nos invaden. Lo mismo sintieron Ana Frank y su familia cuando, en un intento por escapar de la muerte a manos de los nazis, tuvieron que esconderse, confinarse, en el “anexo secreto”, como llamó Ana al espacio donde permanecieron escondidos por más de dos años.
Tristeza, miedo y angustia son algunas de las emociones que invadían a Ana constantemente al enterarse de que muchos de sus amigos estaban siendo llevados a los campos de concentración por la Gestapo y que quizá nunca más los volvería a ver. Gracias a su diario sabemos que tenía miedo cada vez que miraba pasar por la ventana las avionetas que se empleaban para los bombardeos durante la guerra, y que sintió una angustia terrible el día en que unos ladrones llegaron muy cerca del anexo secreto: ¿sabrán que estamos aquí?
Guardando la debida distancia, estas mismas emociones se han apoderado de los seres humanos hoy en día. Miles de familias no han podido darle el último adiós a sus familiares, amigos o parejas que han muerto a causa de la nueva enfermedad. Miedo para los que sí se cuidan y toman las medidas necesarias y extras, por si acaso, al pensar que el virus puede apoderarse de su cuerpo o de alguno de los suyos.
Annelies Marie Frank, mejor conocida como Ana Frank, originaria de Fráncfort, Alemania, nació el 12 de junio de 1929. Creció en una familia alemana de origen judío y decidió comenzar a escribir el día de su cumpleaños, pues el diario fue un obsequio de su padre, Otto Heinrich Frank. Un mes después, dada la situación en Alemania, ella y su familia tuvieron que mudarse al lugar que su padre había acondicionado previamente para que su familia estuviera a salvo.
El 9 de julio de 1942 inició el encierro que duró poco más de dos años en un edificio ubicado en Ámsterdam. Inicialmente estaba su familia —su padre Otto, su madre Edith y su hermana mayor, Margot— y poco después el anexo secreto también serviría de refugio para la familia Van Pels —la señora Auguste, el señor Hermann Van Pels y su hijo Peter—, a quien ella nombraría como la familia Van Daan, por cuestiones de seguridad, y el dentista Fritz Pfeffer, al que nombró Albert Dussel. En total, ocho personas.
Todo estaba sumamente cuidado: establecieron horarios en los que no podían hacer ruido, ni antes ni después, pues había personas trabajando en el edificio y con el mínimo sonido podrían ser descubiertos. El tiempo que permanecían en silencio, Ana relata que lo ocupaban para leer. Prácticamente su día se vivía de la siguiente manera: ordenar la habitación, desayunar, permanecer en silencio, leer, coser, comer, estudiar, cenar, organizar las camas y dormir.
Ana menciona en diferentes ocasiones lo difícil que puede ser la convivencia diaria frente a un encierro total. Las discrepancias existen, más cuando el humor está a flor de piel, como los frecuentes cambios en su estado de ánimo, que quizá se han replicado en los hogares mexicanos y del mundo. ¿Será que cada quien está luchando con sus demonios?
Su padre se convierte en su maestro. Más tarde el puesto sería ocupado por el dentista, algo que en la actualidad está pasando; por más clases en línea que los estudiantes reciban, las madres, principalmente, se han vuelto las maestras de matemáticas, español y hasta de inglés.
Cuántas discusiones se han presentado en los hogares en tiempos de confinamiento dada la situación económica a la que se enfrentan millones de mexicanos diariamente, ya que la economía está por los suelos, dejando como opción principal deshacerse de sus pocos bienes y orillándolos a las casas de empeño o venderlos para poder mantener a su familia por dos días más, tal como fue el caso de la señora Auguste Van Pels, quien discute con su esposo por no querer deshacerse de sus prendas para poder venderlas y así subsistir en medio de la guerra.
En marzo de 1945 la tifus, una enfermedad infecciosa, se apoderó de Ana y su hermana Margot en el campo de concentración Bergen-Belsen, un par de meses antes de que Holanda fuera liberada. Esta enfermedad, que provoca dolores de cabeza y fiebres recurrentes, causó su muerte, al igual que a miles de judíos. Cierto que las circunstancias son completamente diferentes, pero quién pensaría que años más tarde muchos podrían sentirse identificados con una adolescente de apenas 13 años.