Josefa es una de esas “mujeres intrépidas” que dejaron su hogar y su patria para irse a trabajar a otros países, que viajaron miles de kilómetros buscando mejorar sus vidas y las de los suyos. Josefa había emigrado de Génova a Buenos Aires para trabajar en casas de gente adinerada con el objetivo de ayudar a su familia a salir de la pobreza, pero hacía un año que habían perdido todo contacto con ella; en una última carta les había comentado que su salud no era buena. Josefa era, como la describirían sus patrones, una “madre admirable que por el bien de su familia había ido a morir a seis mil leguas de su patria, tras haber penado tanto. ¡Pobre mujer, tan honesta, buena y desgraciada!”
Tal es la premisa del cuento De los Apeninos a los Andes, contenido en la novela Corazón: Diario de un niño, de Edmundo de Amicis, un clásico de la literatura donde el personaje materno se convierte en el leitmotiv de Marco, su hijo, quien a los trece años “marchó solo desde Génova a América en busca de su madre”, atravesando el océano, los andes y el desierto argentino: toda una odisea. El cuento, que se edita por separado y del que se han hecho películas y series, es uno de los best seller de la literatura infantil que retrata, además de la diáspora italiana de finales del siglo XIX a causa de la pobreza, el sacrificio que hace la madre por su familia y todo lo que está dispuesto hacer el hijo por el amor de su madre.
Y es que en la literatura, como en la vida misma, el papel de la madre es central, incluso cuando está ausente. Uno de los inicios más famosos es el de El extranjero: “Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: ‘Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias.’ Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer.” Pedro Páramo es otro arranque de novela con la madre muerta. Mientras agonizo, en tanto, narra la muerte de la matriarca Addie Bundren a través de la mirada de sus hijos.
Porque matriarcas en la literatura hay varias y de los más diversos caracteres. Ahí está Úrsula Iguarán, la matriarca de la familia Buendía, una mujer fuerte e inteligente que lidera y toma decisiones importantes que definirán el destino de su casa y de Macondo, desde manejar la economía doméstica hasta ponerle un alto a Aureliano cuando éste se convierte en un dictadorzuelo al que somete a punta de vergajazos para tomar ella misma el mando del pueblo. Úrsula Iguarán es el prototipo de madre valiente y tenaz, llena de luz y sabiduría, guía de una estirpe condenada a cien años de soledad.
Mamá Elena, de Como agua para chocolate, es una madre dura y estricta, conservadora y tradicional que ejerce una férrea autoridad sobre su hacienda y su familia. También está Bernarda Alba, una mujer viuda y autoritaria, de carácter fuerte y dominante que vive con sus cinco hijas, a quienes les impone estrictas normas de conducta para evitar el qué dirán. Si alguien quiere saber de qué va el patriarcado, haría bien en meterse a La casa de Bernarda Alba o a la cocina de Tita.
La abuela de La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y su abuela desalmada es otra matriarca garciamarquiana que representa tanto la fuerza como la debilidad de la figura materna. Despiadada y cruel, dominante y autoritaria, es a la vez una mujer vulnerable que lucha a su manera por mantener su independencia y libertad en un mundo que la ha maltratado, al tiempo en que somete a Cándida Eréndira a la explotación sexual.
En el otro lado se encuentra Marmee March, la madre de las cuatro hermanas de Mujercitas. Fuerte, amorosa y comprensiva, siempre está dispuesta a escuchar y apoyar a sus hijas. Es una figura materna enternecedora que representa la bondad y el amor incondicional que una madre puede tener hacia sus hijas, a quienes enseña valores como la bondad, la humildad y la generosidad, y las motiva a seguir sus sueños y aspiraciones. En su momento, la novela rompió muchos estereotipos impuestos a las mujeres.
Así, a través de la literatura, podemos adentrarnos en las vivencias y emociones de personajes que representan diferentes facetas de la maternidad, desde el amor incondicional y la protección hasta los desafíos y sacrificios que conlleva el ser madre, o la forma de escapar para no serlo, o al menos tratar de evitarlo. Ahí están Madame Bovary, Ana Karenina o la señora Bennet, de Orgullo y Prejuicio. También está La Madre, de Maxim Gorki; Madre Coraje y sus hijos, de Bertolt Brecht — inevitable ahora que en el mundo suenan los tambores de guerra—; Clara, la de La casa de los espíritus; Yocasta, de Edipo Rey. Y las madres de sus hijos: la de Gregorio Samsa; la de Ignatius, de La conjura de los necios; la de Hamlet; la de Juan Preciado, que le dijo: “No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio… El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro”.