La tierra no tiene dueño, “cuando el dinosaurio despertó,
todavía estaba ahí”. Según el Popol Vuh al menos las aguas
ya estaban ahí y los dioses hicieron surgir la tierra; en la Biblia
Dios crea primero los cielos y la tierra, luego crea al hombre y
a la mujer y les entrega todo para su dominio.
Sometida a una explotación brutal, la tierra nos
sobrevivirá, sin duda; sigue siendo la madre generosa que
nos da sustento.
Salvo la visión moderna de Europa, los demás continentes
tienen culturas que conviven con la tierra. De las comunidades
indígenas de todo el mundo se retoman principios, ideales y
tecnologías para la preservación de la naturaleza.
No somos dueños de la tierra: “No heredamos la tierra
de nuestros padres, la tomamos prestada de nuestros hijos”.
En la antigüedad latina había que encomendarse a
Tellus Mater durante los terremotos. La tierra tiembla y somos
conscientes de nuestra fragilidad, la tierra se seca y sufrimos,
la tierra se contamina y morimos.
“Polvo eres y en polvo te convertirás”, somos tierra, así
como la tierra es ese polvo estelar donde ponemos nuestros pies.
Hijos del páramo, la tierra es la única casa que tenemos,
aunque hay quienes buscan irse a la casa del vecino, la tierra
noble y fecunda seguirá siendo nuestra madre.