Ya bien frío, sin nadie que alegara por mi muerte, dos tipos de uniforme, maleducados, sin presentarse, me hicieron firmar unos papeles. Me alegaron que si no firmaba, así de sencillo, no podían trasladarme hasta la morgue; y que les diera...
Cinco dólares la hora. A ese ritmo, en cien años, me convierto en millonario y entonces sí los saco de pobres y los invito a disneylandia y los subo al empire state o los llevo al gran cañón del colorado y les cuento la verdad de estos cuatro...
El viejo tren en el que viajábamos llegó a la estación de Reforma de Pineda, un pequeño pueblo enclavado en la región del Istmo de Tehuantepec, cuya estación era la más cercana al pequeño ranchito donde vivían los abuelos y primos....
Ahí descubrí con terror que el verano era ese monstruo hambriento que insistentemente, desde mayo hasta septiembre, buscaba devorarnos. Lo sé, viví su furia desesperada y percibí su estómago hambriento, sus gritos aterrorizantes y también...
En la historia de Tornactus se hablaba de la soledad, de la mesa con un par de sillas, de la sala de dos piezas, de la comida enlatada, la tevé y la colección de libros de historia, de irse a la cama a cierta hora y levantarse a cierta hora...
Cómo explicar la emoción de andar en el auto en ese tramo que les llevaba hasta quince minutos recorrerlo a pie después de las dos de la tarde, a la hora de la salida de la escuela en lo que bromeaba con los amigos de la infancia, muchos de...
Me gustaría contarte en esta carta, con tinta y papel, lo que he visto en casa de los abuelos, contarte de las conversaciones que he tenido con su gente, con su río, con la nutria que aún habita ahí y las garzas y las zancudas, con la ceiba...
Bueno, como sea, era un gato y fue en la época de la onceava plaga que azotó a San Juan: la plaga de las garrapatas. Algunos dicen que la plaga llegó porque la esposa de Felipe Pérez había regalado a su hijo a otra familia, otros dicen que...
Nada se atrevía a romper el silencio impuesto por la soledad cuidadosamente escogida por mi compadre. Una soledad ineludible, sin escapatoria. Solamente la linterna continuaba marcándole a la oscuridad redondos y movedizos lunares de desengaño.
—Es mi amada, pero no la amo —respondió.
Esa respuesta me tomó por sorpresa. ¿Cómo podía ser?
—Al inicio creí que lo hacía —agregó el hombre—, pero el tiempo me reveló mi error. Nunca la amé. Amo verdaderamente a otra. A...