El amor es el anhelo de abrazar a una persona con fuerza y estar en el mismo lugar que ella
Pamuk
Hace un par de horas se fue la luz en el fraccionamiento. Es raro que suceda, pero como podrán ver, ocurre. Hoy el apagón ha durado más de lo normal, pues ocurrió desde las ocho treinta. Es de noche y la ciudad a lo lejos se ve aún despierta, viva. Pola se acaba de ir a acostar, no dice nada, está acostada revisando el celular en silencio y yo sigo sentado en la mecedora frente a la ventana abierta. El aire, que es ligeramente fresco, entra; ella allá acostada no me dice nada. Ella no tiene inconveniente en que tengamos o no encendido el aire acondicionado; de hecho, siempre lo apaga a cierta hora de la noche. Con frecuencia me dice que no se acostumbra al aire seco y frío y que por eso ajusta la temperatura del equipo a temperatura ambiente. Yo siempre ajusto el aire acondicionado a una temperatura no tan fría, casi siempre no por debajo de veinticuatro grados. Volteo por ratos y veo que Pola se cobija, ha dejado el celular. Hace un rato estuvo sentada aquí, conmigo. Hablamos poco, pero hablamos. Cuando abrí la ventana, corrí la cortina y acerqué la mecedora para sentarme aquí, enseguida acercó un taburete, se sentó a mi lado y tomó mi mano. Deberíamos ir a acampar a algún lado, dijo. Dormir bajo la luz de la luna, las estrellas, ¿no sería romántico?
Puede serlo, le respondí. Sin embargo, por unos instantes me guardé la nostálgica sensación que de pronto brotó en mi memoria al recordar mi infancia y las noches en que dormíamos bajo el cielo despejado.
Pola ya dejó de dar vueltas en la cama, su respiración se volvió casi imperceptible.
Deberíamos ir a acampar a algún lado, dijo. Dormir bajo la luz de la luna, las estrellas, ¿no sería romántico? Puede serlo, le respondí. Sin embargo, por unos instantes me guardé la nostálgica sensación que de pronto brotó en mi memoria al recordar mi infancia y las noches en que dormíamos bajo el cielo despejado.
Acampar no parece mala idea. Crecí en un lugar con ambiente tropical, con un río de arena amarilla y un arroyo con piedras enormes, un Macondo, un pueblo con tres marcadas estaciones condicionadas por la presencia de fenómenos meteorológicos. La temporada de “nortes”, por ejemplo, que se extiende desde octubre hasta casi marzo; la temporada de secas, que va de marzo hasta principios de mayo o junio; la época de lluvias, que se acentúa en septiembre, pero puede extenderse hasta octubre. Hace cerca de treinta años, los caminos eran apenas veredas, había un solo tractor para el servicio de todo el ejido, una sola carreta, el principal combustible de los hogares era la leña y el molino de nixtamal del pueblo funcionaba con gasolina. Las fuentes de luz eran candiles de petróleo o aceite y veladoras que, en vez de iluminar santos, iluminaban el centro de la mesa y eran, a su vez, el principal origen de incendios en los hogares. Si supieras, Polita, si supieras que me tocó ver cuando llegaron los primeros postes de luz, aún recuerdo el olor del cemento en esos postes nuevos. En ese tiempo aún había mucha vegetación; perturbada, sí, pero aún abundaba. Atrapábamos cocuyos por las tardes, los seguíamos hasta capturarlos entre la madera podrida de los viejos troncos de enormes árboles que estuvieron de pie muchos años antes de la explotación maderera, nos quitábamos las playeras y con la ropa los atrapábamos al vuelo, agitando la prenda sobre ellas, así también atrapábamos luciérnagas y a las luciérnagas las frotábamos en la ropa para conservar por unos minutos ese increíble fenómeno de bioluminiscencia. En época de secas capturábamos cigarras, a las cuales atábamos a hilos y así, atadas, volaban como diminutos papalotes vivos, eran nuestros primeros drones. Cuando se lo cuente a Yeti seguro sólo se reirá, o quizá me juzgue o regañe por el mal trato a esos insectos de la naturaleza.
En fin, el pueblo estaba muy en contacto con la naturaleza. Si no mal recuerdo, la casa tenía un tejado de palma de guano, con palos rollizos que conformaban las trabes y horcones principales, el piso era orgánico (de tierra) y las paredes de lodo, en pocos casos, de adobe. Para las paredes, recuerdo que amasábamos lodo con hojas de maíz y de pasto estrella; mi hermano y yo nos encargábamos de ir por el pasto y a danzar en el barro, manteníamos la mezcla fresca y maleable mientras Padre iba y volvía una y otra vez con una vieja cubeta que llenábamos de esa mezcla para untarla en las paredes. El pasto estrella o la hoja de maíz servían como fibra para sostener y darle consistencia al barro. Una vez que el barro estaba seco, Padre le ponía cal a la pared, decía que era para que las hormigas, el comején, las avispas o abejorros no pusieran sus nidos en la pared.
Pola ya está durmiendo. Si lo supieras, amor, si lo supieras. Cuando haya oportunidad te contaré que en casa teníamos que dormir a la intemperie por dos razones: la primera era cuando pasaban a fumigar los de Paludismo; la segunda, cuando coincidía que la marcha de las hormigas guerreras pasaba por la casa.
Cuando iban los de Paludismo, avisaban al comisariado ejidal, quien a su vez se coordinaba con la unidad de salud y avisaba a la localidad mediante un altavoz de trompeta y advertían que debían cubrir sus cosas: muebles, ropa, trastes, la cosecha, la cama, o si no, sacar las cosas de la casa, pues pasarían a fumigar. Cuando el personal llegaba a fumigar era como ver a los cazafantasmas, pues llevaban mochilas aspersoras de color aluminio, ropa gruesa de color gris, un casco amarillo y una mascarilla. Entraban a la casa y fumigaban todo: techo, paredes, lo que hubiera. Hoy sé que el insecticida rociado era de larga duración y de efecto residual, por lo que era fácil darse cuenta hacía cuánto tiempo había pasado Paludismo a fumigar la casa, pues las marcas de residuos de gotas blancas se iban difuminando poco a poco con el tiempo y el olor ni se diga, era característico, tan así que aún cierro los ojos y puedo percibirlo, creo que era DDT. Pola, si supieras a qué huele, no sé cómo describirlo, pero tiene un olor muy particular, ¿a medicina tal vez? Y es tóxico. Normalmente, el día que pasaba Paludismo Padre adaptaba un toldo con un viejo plástico o improvisaba algún techo para que no nos cayera directamente el sereno durante la noche, sacaba entonces los catres de yute y las camas de mecate y cuerdas, para que durmiéramos afuera. Aún no sé, Pola, aún no sé cómo es que Padre se las arreglaba, él era muy joven, quizá tenía entre veinticinco y treinta años y tenía la responsabilidad de nuestra salud, educación y bienestar.
Cuando haya oportunidad te contaré que en casa teníamos que dormir a la intemperie por dos razones: la primera era cuando pasaban a fumigar los de Paludismo; la segunda, cuando coincidía que la marcha de las hormigas guerreras pasaba por la casa.
En cuanto a la marcha de las hormigas, debería contarte que hay hormigas de hábitos nómadas, son las que solían pasar de noche por la casa. A veces muy cerca de la media noche si es que es correcto llamarlo así, pues pasaban entre las once de la noche y dos de la mañana. Eran franjas de hormigas de hasta veinte metros de ancho, subiendo y bajando por toda la casa, cazando insectos, sacando de todos los rincones a los bichos que habitaban entre las hojas de palma del tejado: cucarachas, chinches, escarabajos, polillas, cuijas, alacranes, arañas, tarántulas, grillos, ratones. Los perros lloraban en el patio por las mordeduras y los gatos, como siempre, solo huían y volvían después de unas horas. Padre y Madre sacaban a toda prisa los catres y petates y lo acomodaban en el patio o en alguna zona donde ya habían pasado las hormigas en lo que ellas terminaban con su labor de limpia en la casa. En ese tiempo no sabíamos de algún método de control o de combate y, menos aún, cómo prever cuándo volverían a pasar. A mis hermanos y a mí, sólo nos despertaban; así, adormilados, caminábamos llevando en las manos las rústicas almohadas que estaban hechas de ropa que ya no usábamos, las sábanas estaban hechas de otras prendas, cosidas unas con otras hasta formar una sola manta, suficiente para cubrirnos en la noche húmeda, calurosa y tropical. Madre decía que ellos se percataban de que venían las hormigas por el alboroto que levantaban los insectos en su huida, dice que ese ruido se volvía perceptible, los ratones chillaban, las cucarachas corrían de lado a lado, los grillos, arañas, alacranes y tarántulas salían de entre las hojas de la palma del tejado. Cuando Madre lo cuenta, los recuerda con el nombre de una vieja película que veíamos en la tele en blanco y negro en aquellos años: Marabunta.
Polita, mi querida Polita, mañana te contaré todo esto. Casi siempre que nos tocaba dormir afuera por esas razones, casi siempre llovía, algunos minutos, pero llovía. Y Padre nos cubría con un viejo plástico verde casi descolorido, y con eso ya te imaginarás el calor tropical, el bochorno. No era tan grato y menos romántico dormir bajo el manto estelar, en esas noches pocas veces podíamos disfrutar de las estrellas: Madre a veces nos señalaba a la Osa Mayor o el Cinturón de Orión. Siempre creímos que las hormigas marchaban porque cambiaban de sitio sus colonias, creíamos que estaba asociado con las lluvias, creíamos que las colonias se inundaban y debían mudarse a sitios más secos y seguros para establecerse nuevamente. Pero veo que no, hoy sé que hay especies que tienen el hábito de ser nómadas y por eso las vi comerse a los insectos. Hay también otras especies de hábito sedentario y de esas otras también disfrutaba jugar en los caminitos que dejaban; las llaman arrieras. Esas hormigas, cuando identifican un buen árbol para defoliar, trabajan sobre él hasta dejarlo completamente desnudo; esas cultivan hongos. Las arrieras son sedentarias, aún hasta hoy siguen defoliando las plantas del jardín de Madre, siempre por la noche; se comen el tulipán, la naranja, el chipilín, el chayote del patio de atrás, la ciruela donde duermen los pollos.
Creo que podría ser romántico, no lo dudo, pero debería ser un día en que tengamos la certeza de que no habrá lluvia.
Me levanto de la silla, aspiro el aire que se ha refrescado un poco más, me acerco a la cama y beso tus cabellos dorados. Polita, querida Polita. Por cierto, también deberás saber que Padre decía que las hormigas negras con alas eran espíritus. ¿De qué?, no sé, sólo decía que eran espíritus y lo digo porque esas hormigas sí salen en la temporada de lluvias. Son los machos de la colonia, salen y vuelan para aparearse en lo que los biólogos llaman “vuelo nupcial”. Recuerdo efectivamente que salían en época de lluvias, eran hormigas negras aladas, centenas, centenas de hormigas negras que volaban justo antes de oscurecer después de alguna lluvia ligera o cuando la humedad era altísima. Andaban por todos lados en el aire, a cuatro o cinco metros de altura, después caían y aparecían en toda la casa, en el tejado, en el patio, en el pozo, en el balde de agua para beber, entre los trastes, en el pelo del perro, entraban en la ropa, si caminábamos podían entrar en la boca. Padre decía que no matáramos a esos espíritus. Años después, cuando supe que esas hormigas negras eran machos, supe también que se apareaban en el aire con las hormigas reina, quienes pueden crear una colonia completa. Supe también, Polita, que esas hormigas negras que Padre decía que no matáramos, morían en el vuelo y muy pocas sobrevivían. Así es su vida, mueren después de la cópula. Creo que debo omitir esta parte cuando te lo cuente, quizá puedas hacer alguna broma al respecto.
Pensándolo bien, probablemente sí resulte romántico ir a acampar para dormir bajo el cielo estrellado. El clima de este lugar ayuda, el trópico me gusta, el aire ligeramente fresco, la humedad, el calor que te gusta. Dudo que la luz regrese pronto, voy por un vaso con agua, no quiero perder la oportunidad de dormir con mi rostro entre tus cabellos y respirarte. El trabajo me alejará de ti todo el día de mañana, ya descansas y sé que al menos hoy no despertarás a apagar el aire acondicionado, es un buen descanso el que te espera.