En honor a la memoria de la maestra Zenaida Salgado Romero por haber sido mi tutora, guía intelectual y moral durante mi adolescencia, juventud y toda mi formación profesional. También para testimoniar que la generosidad y solidaridad que se prodigan, como ella solía hacerlo, no tienen precio ni límites.
¿Doblegar la cerviz altiva
ante torpes soberanos?
¡Yo no acepto a los tiranos
ni aquí abajo ni allá arriba!
Salvador Díaz Mirón
Los padres
Salvador Díaz Mirón nació en el puerto de Veracruz el 14 de diciembre de 1853. Su madre fue la señora Eufemia Ibáñez y su padre el militar, político, poeta y comerciante Manuel Díaz Mirón.
La vida de don Manuel Díaz Mirón fue una gran lección en todos los aspectos para su hijo Salvador: siendo muy joven formó parte de las Guardias Nacionales. Ante la invasión norteamericana de 1847, luchó con gran espíritu patriótico en defensa de nuestra nación. Se distinguió por sus acendradas ideas liberales y decidido partidario de Benito Juárez y Miguel Lerdo de Tejada. Fue nombrado comandante militar y después gobernador interino del estado de Veracruz por el propio presidente Juárez. El primero de enero de 1862, en su intento de impedir el avance intervencionista francés, fue derrotado en Cerro Gordo y obligado a refugiarse en Tlacotlán. Después se fue un tiempo al puerto de Veracruz, luego a la Ciudad de México para dedicarse al comercio.
Al triunfo de la República regresó, siempre con su familia, a Veracruz, para continuar sus actividades comerciales y culturales que no abandonó, principalmente estas últimas; por ejemplo, desde 1851, colaboró en el periódico literario El Veracruzano, en donde también escribían, entre otros, José María Esteva y José María Roa Bárcena. En 1855, en la misma ciudad de Veracruz, publicó algunas traducciones y ensayos sobre Dante, Alejandro Dumas y otros escritores universales.
Don Manuel Díaz Mirón murió el 4 de enero de 1895 en el puerto de Veracruz, dejando en su hijo el legado de una impronta poética, moral y política que marcó al heredero por toda su vida de escritor y de hombre de lucha, desde todos los ángulos que el poeta sucesor se dispusiera abordar, ya fuera en el terreno afectivo, romántico intimista o como el brioso político consecuente que resultó. Por ejemplo, en el ámbito afectivo, hay momentos en que Salvador Díaz Mirón llega a rayar en lo sublime, como lo hace en los poemas “Ópalo” y “Duelo”, donde proyecta, conmovedoramente, el amor y admiración infinitas por su padre. Por el lado romántico intimista nos impacta con su fuerza lírica, desde el enamoramiento intenso inicial como en “Deseos”, hasta el advenimiento erótico más radical como lo expresado en “Engarce”.
Otro de los más nobles rasgos recogidos por Díaz Mirón de su padre fue, sin lugar a dudas, su ánimo permanente de indignación ante la injusticia social y su impulso indómito de reclamo, manifestado en la mayor parte de sus poemas, empezando por los dos bautizados con el mismo nombre: “Asonancias”, y otros muchos como “Espinelas”, “Los Viles”, “Injusticia”, “Héroes sin nombre”, “Los parias”, “Paquito” y todos los de este género escritos a lo largo de su vida literaria.
Salvador Díaz Mirón cursó sus primeros estudios con su padre en su hogar. A los 16 años es inscrito en el Seminario de Xalapa, y al regresar al puerto recibió una sólida formación literaria de su primo Domingo Díaz Tamariz, poseedor éste de una amplia cultura general.
El 5 de mayo de 1874 encontramos ya al joven de 21 años Díaz Mirón participando en la fundación de la Sociedad Literaria Manuel Acuña, en donde se encontraba, según testimonios del periódico El Siglo Diez y Nueve, lo más granado de la nueva bohemia veracruzana. En este mismo año aparecieron sus primeros poemas en Las Violetas, páginas literarias que se publicaban en la imprenta de Rafael Zayas. Poco después, en La Concordia de Veracruz, se leyó su oda “A Hidalgo”. El 28 de agosto de 1875, en un acto celebrado en el Teatro Principal del puerto de Veracruz, en donde se solicitaba la construcción de una escuela, el novel poeta leyó su conmovedor poema “La limosna espiritual”.
En 1874, Salvador Díaz Mirón se enamoró profundamente de Matilde Saulnier. Fue aceptado por ella pero no por su familia. Esto dio lugar a un noviazgo prácticamente clandestino, hasta que la familia Saulnier, con la determinación de propiciar a la hija nuevas relaciones y otras posibilidades, la alejaron del puerto. Así fue como frustraron las aspiraciones del apasionado pretendiente. No fue fácil para los jóvenes pero los padres consiguieron su propósito, aunque siempre ajenos a los años de sufrimientos que no bastaron al poeta para resarcir sus heridas que perduraron frescas e inmortalizó en sus escritos publicados hasta en momentos muy lejanos de su existencia, como podemos percibirlo en poesías tales como “¿Por qué?”, “A.M.”, “A la señorita Ana”, “Deseos”, “Confidencias”, “Epístola”, “Consonancias” y muchas más. No nos faltaría razón si dijésemos que la de los “Ojos verdes” saturó todo el universo poético-amoroso de Salvador Díaz Mirón.
Años después conoció a Genoveva Acea Remond, con quien inició un nuevo romance, calificado por algunos estudiosos de la biografía del poeta como su segundo y gran amor definitivo, amor que él mismo registra en su vida sentimental con el bello poema “Dulce Lilia”, el cual no pudo haberse dado antes que las relaciones con Matilde Saulnier estuvieran fuera de toda posibilidad. Genoveva fue para Díaz Mirón, además de la tablita que lo mantuvo a flote en el momento más dramático de su juventud, la mujer que al casarse con él le dio la suficiente fuerza espiritual para levantarse y volver a empezar.
En 1876 se inició en el periodismo como colaborador del periódico El Pueblo, fundado y dirigido por el abogado, periodista, poeta y novelista Rafael Zayas Enríquez, declarado abiertamente de oposición a Porfirio Díaz, en su primer periodo de gobierno, iniciado el 5 de mayo de 1877, después de haber derrocado al presidente Sebastián Lerdo de Tejada.
De inmediato, los artículos de Salvador Díaz Mirón molestaron al gobernador Luis Mier y Terán, principal panegirista del recién llegado a la presidencia de la República. La embestida gubernamental no tardó en llegar; Zayas tuvo que abandonar Veracruz para refugiarse en Tabasco; Díaz Mirón salió del país para vivir un corto tiempo en Nueva York. En esta ciudad siguió publicando varios de sus poemas, incluyendo los inspirados en los intensos momentos vividos con Matilde Saulnier.
Su tormentosa carrera política
A su regreso de Nueva York, decidido a participar más comprometidamente en la lucha política del país, y con la convicción de que en esta actividad es indispensable contar con un periódico para informar al pueblo sobre la situación social y política imperante, fundó en 1877 El Veracruzano, nombre del periódico que en 1851 dirigió su padre cuando también realizó una intensa labor política y literaria.
El inicio de la lucha política de Díaz Mirón presagiaba una carrera exitosa: en 1878 fue electo diputado por un distrito de Orizaba, en donde destacó por su valentía y arrojo a favor del pueblo pero, el 7 de octubre de este año sufre su primer grave percance: en una acalorada discusión con el señor Martín López, ambos perdieron el control y terminaron a balazos. Díaz Mirón no dio en el blanco una sola vez pero su contrincante acertó todos sus disparos. El poeta cayó gravemente herido; los médicos consiguieron salvarle la vida pero no su brazo izquierdo que le quedó totalmente invalidado para siempre.
Un año después, el 25 de junio de 1879, México se conmovió con un crimen político de Estado cometido en Veracruz por el general Luis Mier y Terán, gobernador de la entidad, quien ordenó el fusilamiento de nueve hombres, sin previo juicio, acusados de participar en una sublevación en el puerto de Alvarado contra el presidente Porfirio Díaz y a favor del expresidente Sebastián Lerdo de Tejada.
A las voces de indignación nacional se levantó también la de Salvador Díaz Mirón. Al siguiente día de la matanza, llevó a un periódico del puerto jarocho el relato puntual de los hechos, en donde también manifestaba su más enérgica protesta pero el escrito fue rechazado. Enseguida acudió a una publicación de la Ciudad de México. Aquí si fue acogido; gracias a esto el trágico acontecimiento se conoció en todo el país.
La pronta respuesta del mandatario estatal fue que él solamente había cumplido la orden del presidente de la República. En efecto, cuando Mier y Terán tuvo en sus manos a los nueve presuntos implicados, consultó a su jefe para saber qué hacer con ellos. Este le contestó con un telegrama cifrado: “Mátalos en caliente”. Frase terrible que laceró el corazón de muchos mexicanos.
Al cumplirse un año de impotentes protestas por el repugnante crimen oficial, Díaz Mirón publicó en un diario de Veracruz sus reiteradas acusaciones y enérgica exigencia de justicia. El gobernador, impulsado por una desmedida violencia, lo retó a duelo públicamente. El poeta, a pesar de tener apenas año y medio de haberse salvado del enfrentamiento con el señor Martín López, aceptó con presteza el desafío y de inmediato le apremió a fijar día, hora y lugar del encuentro. Mier y Terán, dizque para no comprometer su investidura, fijó el siguiente día del término de su mandato. Díaz Mirón aceptó la fecha pero además le advirtió que a partir de ese momento empezaría a contar ante la opinión pública el tiempo, lo cual hizo diligentemente en el periódico Diario Comercial de Veracruz.
Corrieron los tres años de gobierno de Mier y Terán, mientras tanto, por medio de una telaraña de argucias legaloides tejidas desde el poder, convirtieron al Congreso del estado en Gran Jurado para investigar, discutir y determinar la responsabilidad y sanción del crimen. ¿Cuál fue el veredicto definitivo?
En vista de que el propio Congreso se declaró incompetente para resolver el caso, decidió no volver a ocuparse de “este desagradable asunto, sean cuales fueran las apreciaciones, escritas o verbales, que acerca de él y en lo adelante circulen”. En otras palabras: el crimen del gobernador y el presidente de la República se diluyó en la más oprobiosa impunidad. Ambos personajes continuaron su trayectoria de vida: el general Luis Mier y Terán, pocos años después de terminar su gestión perdió la razón y murió en un manicomio. Por otra parte, Porfirio Díaz tomó este crimen como uno de tantos incidentes sucedidos al inicio de su larga dictadura. Al terminar su primer periodo de gobierno en 1880, prestó por cuatro años la presidencia de la República a su compadre Manuel González, de modo que en 1884 éste se la devuelve para disponer de ella durante 30 años. Finalmente el ex dictador oaxaqueño, convertido en ex presidente de México, a la llegada del señor Francisco I. Madero al poder el 26 de mayo de 1911, Díaz sale de la Ciudad de México acompañado de su familia, y escoltado por el general Victoriano Huerta, con destino al puerto de Veracruz, donde ya lo esperaba el vapor alemán “Ipiranga” para llevarlo a Europa. París fue la ciudad escogida como su nueva residencia, en donde pasaría sus últimos cuatro años de vida.
Mientras la oligarquía porfirista se fortalecía a costa del sacrificio de los trabajadores, eran muchos los obreros, campesinos, intelectuales, grupos integrantes de la clase media que desde sus trincheras luchaban contra la explotación, la desigualdad, la injusticia, la pobreza, el hambre, la ignorancia y todas estas camisas de fuerza que contienen al pueblo en la impotencia. Uno de estos intelectuales fue Salvador Díaz Mirón, transitando siempre por caminos tortuosos y escabrosos; así lo encontramos en 1885, formando parte de la minoría independiente como diputado del Congreso de la Unión, batiéndose valiente y brillantemente a favor de las causas del pueblo trabajador. Al terminar su periodo como legislador, regresa inmediatamente a su estado para continuar su intensa labor cultural y literaria.
En 1892 en su desempeño como diputado del Congreso veracruzano lo vemos sosteniendo una violenta discusión con el también diputado Federico Wolter sobre un proyecto de ley, que al agotarse el tiempo en el interior de la Cámara, decidieron continuar en el Café Zamora, haciéndose acompañar ambos por algunos partidarios. Al ponerse los ánimos al rojo vivo, el señor Wolter perdió el control y arremetió con insultos al poeta; éste, fuera de su habitual temperamento, se levantó e invitó a sus compañeros a retirarse del lugar, pero el señor Wolter también se paró y fue tras Díaz Mirón sin dejar de gritarle insultos, y al alcanzarlo le dio de bastonazos, lo hizo trastabillar cuantas veces lo empujó, sin hacer caso a los acompañantes que lo llamaban a la cordura. Cuando el agresor se disponía a golpearlo, pues además de ser excepcionalmente corpulento (el pesado bastón sólo lo usaba como un instrumento de distinción), y Díaz Mirón físicamente vulnerable y el brazo izquierdo inutilizado, sacó su revólver y de dos tiros lo mató. Desde luego que la intención de nuestro personaje no era asesinarlo, en ningún momento se lo había propuesto pero sí impedir que lo humillara con una inminente golpiza, como el mismo escritor lo explica en una carta pública enviada desde la prisión al periódico El Monitor Republicano, el 2 de julio de 1892:
[…] yo sabía que mi adversario disponía de hercúlea fuerza muscular, y que ello era irresistible y peligrosísimo para mí, que soy excepcionalmente débil y sólo puedo servirme de un brazo; yo estaba ciego de ira por la tenaz persecución de que había sido objeto, así como por los graves denuestos y por los dos palos que había recibido; yo había retrocedido ante la impetuosa embestida de mi enemigo, gritando en vano a éste que se detuviera; yo temía ser asido, estrujado, derribado, pateado; y cedí al instinto de la propia salud y al impulso de la encendida cólera; disparé; y como mi primer tiro no bastó a inutilizar ni a contener a mi agresor ebrio y furioso, hice fuego por segunda vez y mi acometedor cayó sin vida. (Salvador Díaz Mirón, Poesía completa, recopilación de Manuel Sol, Fondo de Cultura Económica, 1997, p. 98).
En 1896 es absuelto aunque fuera para encontrar en su familia la ausencia de su padre, fallecido el año anterior, y ver morir a una de sus hijas el mismo día de su excarcelación.
Después de cuatro años de confinamiento, Salvador Díaz Mirón ya no fue el mismo. Sería una calumnia decir que declinó en sus convicciones, porque él jamás fue hombre de indignas veleidades, pero sí ya no encontramos en su poesía ese gran vigor e incontenible fuerza moral contra la injusticia que irradiaba antes, como en su oda dedicada a Víctor Hugo, por ejemplo. Los cuatro años sufridos en la cárcel disminuyeron sus ímpetus iniciales, su brío perdió brillo pero no del todo, y para fortuna de sus seguidores, su obra posterior a este desgraciado suceso, siguió creciendo en cuanto la armonía de contenido y forma, y además, su trabajo literario no cesó de plasmar profundos mensajes de virtudes universales.
En 1900, siendo diputado federal, tiene un altercado más con José Joaquín María Rodríguez en la redacción del periódico El Orden, que hubiera terminado en tragedia si el poeta hubiera aceptado batirse en duelo. En estos años, con su temperamento a cuestas (que nunca le ayudó en su marcha literaria), también recibió elogios de grandes escritores como Rubén Darío, Manuel Gutiérrez Nájera, Manuel José Othon, José Juan Tablada y otros.
En 1910 —no se sabe qué lo motivó a esto—, dirige la expedición que emprende la persecución del bandolero más famoso de la selva veracruzana. Fracasa en esta empresa, y casi al final de esta extraña aventura, se acerca un jinete desconocido a regalarle una caja de puros y desaparece en los matorrales con la misma sorprendente velocidad. Abre la caja y se encuentra el siguiente mensaje: “Al gran poeta Salvador Díaz Mirón, su admirador, Santanón”. Este hombre era el mismo tras el que andaban.
En el mismo año —1910—, en un forcejeo con el también diputado Constantino Chapital —oaxaqueño y partidario del presidente Díaz—, el poeta veracruzano le atraviesa el bombín con un balazo.
Una vez más fue desaforado y detenido por atentar contra la vida del congresista porfirista Constantino Chapital, porque en el forcejeo que tuvieron, el bombín de éste resultó atravesado de un balazo. El poeta fue detenido y enviado inmediatamente a la cárcel de Belén. A la caída de Díaz, el presidente Madero decreta la amnistía general, la cual incluye la libertad de Díaz Mirón. Enseguida vuelve a establecerse en Xalapa. Durante los años 1912 y 1913 se sostiene impartiendo clases de Historia y Literatura. Después del golpe de Estado de Victoriano Huerta acepta dirigir el periódico El Imparcial, publicación antes porfirista y ahora al servicio de la nueva dictadura.
Asunción de un final sin alternativa.
Nadie está exento de cometer errores, pues el hombre es falible por naturaleza. Lo grave es no reconocer los yerros propios, y lo verdaderamente perverso es ingeniárselas para que otros carguen con las consecuencias de mis equivocaciones. Cuando con mis actos provoco daño a los demás, pero soy consciente y honesto de esto, no bastan jueces nombrados a modo que me sentencien sino que para mí, lo que debe valer es el dictamen de mi conciencia, que si es auténtica, es la más justa y severa para juzgarme, y si es así, no puedo detenerme aceptando el cautiverio que determinen las normas jurídicas.
En esto, Díaz Mirón también nos enseñó mucho al asumir siempre, en cada momento, su responsabilidad de su conducta, lo que vemos implícitamente en su vida diaria, y de manera lúcida en su poesía. Por esa razón, después de cometer el error más costoso de su vida intelectual y de hombre probo (el haber aceptado dirigir El Imparcial), no esperó ninguna sanción por parte de las nuevas autoridades del país, él decidió autodesterrarse para enfrentarse a una realidad inesperada. No otra cosa nos dice en su poema:
Justicia
¡Ceñudo y calenturiento,
sacudo la frente fiera,
como si así consiguiera
arrojar el pensamiento!
Pero, altivo en mi tormento,
miro el tiempo que pasó…
¡Que las faltas en que yo
-frágil como hombre- incurrí,
podrán afligirme, sí;
pero avergonzarme… no!
¡Dicen que todo mortal,
hasta el que lleva una palma,
es, por el fallo de su alma,
un condenado al dogal!
Mas no tiene suerte igual
la púrpura y el andrajo:
cuando el culpable no es bajo,
es menos vil su sentencia.
Por eso yo en mi conciencia
¡reclamo el hacha y el tajo!
Antes de abandonar el país, Victoriano Huerta ordenó a Díaz Mirón entregarle todo el dinero y demás cosas de valor que hubiera. El escritor se negó tajantemente, alegando que lo que el periódico tenía era propiedad exclusiva de la empresa y por tanto, la administración era la única autorizada para decidir el destino del periódico y su patrimonio. Esto provocó la ira del ex verdugo y aprovecho el momento para injuriar al poeta con toda su rabia pero no pudo salirse con la suya.
Salvador Díaz Mirón, decide abandonar el país e irse a España. Después de estar poco tiempo en Santander emigra a Cuba; aquí recibe la noticia de la muerte de su esposa y de la confiscación de sus bienes en México. Gracias a su entrega como maestro de Historia Universal, Matemáticas y Literatura en diversas escuelas privadas de La Habana, pudo recibir en esta ciudad a sus hijas.
A principios de 1920, el presidente de la República Venustiano Carranza autorizó su regreso a México y la restitución de sus bienes. En 1921, el gobierno del general Álvaro Obregón le asignó una pensión que, a los 68 años de edad y la salud muy quebrantada, el poeta la rechazó. En 1927 hubo la propuesta de rendirle un homenaje nacional con la concurrencia de distinguidas personalidades. También la rechazó terminantemente. En este año le llegaron de América y Europa varios reconocimientos que recibió bajo un heroico silencio y definitiva soledad.
El 12 de junio de 1928 cae abatido en su duelo final ante la muerte en el puerto de Veracruz. Sus restos son recibidos en la Biblioteca del Pueblo para rendirle un solemne homenaje en un día declarado de luto en toda la entidad. Después es trasladado a la Ciudad de México para ser velado en la Escuela Nacional Preparatoria. En este recinto, el secretario de Educación José Manuel Puig Caussaranc (uno de sus exalumnos en el Colegio Preparatorio de Xalapa), pronunció un efusivo discurso. Al día siguiente fue sepultado, por acuerdo del presidente Plutarco Elías Calles, en la Rotonda de los Hombres Ilustres, junto al gran Amado Nervo.
Así termina el heroico y sublime periplo de un gigante de la poesía universal, del más aguerrido patriota y digno heredero de Netzahualcóyotl; del rebelde Luzbel que bajó a la tierra a bañar con la luz de la rebeldía, con su honradez, su valentía, su infinito amor al hombre, su místico humanismo a las letras de América, de este incansable luchador contra la injusticia, ofrendando cada día lo único que le parecía poseer: su precaria vida. Este inquebrantable individuo humano que respondía siempre al nombre de Salvador Díaz Mirón, quien fue despedido en el panteón Dolores, en el mero momento de introducirlo a la fosa, como por ocurrencia de la naturaleza, con un casual temblor de tierra.