En 1958, un siglo después de haberse fundado (1854), la Escuela Nacional de Agricultura (ENA) permitió el ingreso de estudiantes mujeres. De entonces a la fecha, de una institución educativa exclusiva para hombres, la hoy Universidad Autónoma Chapingo (UACh) está a un paso de que la población estudiantil sea paritaria. Este logro, sin duda motivo de orgullo, lo han tenido que conquistar las chapingueras, sin exageración alguna, con sudor y lágrimas.
Y cuando decimos chapingueras decimos alumnas, profesoras-investigadoras, técnicas académicas, secretarias, administrativas, bibliotecarias, tías. Todas ellas, en el día a día, han ido transformando un espacio hecho para hombres en un hábitat en el que las mujeres puedan desarrollar su vida. Las primeras alumnas sólo podían pisar las aulas y la biblioteca, pues todo lo demás les estaba vedado.
Hoy, aún quedan espacios por conquistar: proporcionalidad en los cargos de representación y en los mandos medios y superiores y, fundamentalmente, un lugar proporcional en la vida académica. Sin ir más lejos, de las últimas distinciones de Profesor Emérito, Doctor Honoris Causa y de Agrónomo Ilustre otorgadas por Chapingo, ninguna fue para una mujer. No es que ninguno de los homenajeados no lo mereciera, sino que hay varias profesoras-investigadoras a quienes se les debería rendir un merecido homenaje.
Ser mujer en Chapingo no es cosa fácil, sobre todo si se es estudiante, se proviene del medio rural y se arriba a la universidad en plena adolescencia. Los testimonios recogidos en Cuéntame tu historia, mujer (2005) son dolorosamente ilustrativos; los feminicidios cometidos contra Zuli en mayo de 2004 y contra Nazaret en diciembre de 2019, una brutal confirmación de que no se ha hecho lo suficiente.
Estas agresiones son la punta de un iceberg llamado violencia cotidiana que se ejerce en el salón de clases, en los comedores, en los dormitorios, en los viajes de estudio, en las redes sociales de temática chapinguera, a la vista de todos, con la complicidad de muchos. La autodisciplina acordada por la comunidad universitaria en el Reglamento Disciplinario contempla las sanciones contra los agresores, pero no se aplica.
No sabemos a ciencia cierta cuántos delitos se han cometido contra las estudiantes, pues muchos ni siquiera se denuncian; ha quedado demostrado que el problema no es la falta de una legislación universitaria que proteja los derechos de las mujeres, sino el machismo, la corrupción y el abuso de poder que garantiza la impunidad de los agresores, mayoritariamente profesores contra alumnas, pero también contra trabajadoras administrativas y académicas, por parte a su vez también de trabajadores y alumnos, en ese orden.
El Chapingo del presente es el producto de décadas de presencia femenina, empezando por las pioneras Czeslawa Prywer Lidzbarska desde 1945 como profesora de la ENA, y Alicia Ojeda Caracheo como alumna desde 1958. Si bien las primeras chapingueras sólo podían pisar las aulas y la Biblioteca Central, luego conquistaron los laboratorios, los campos experimentales, las áreas deportivas; se pusieron al frente en los sindicatos, en la organización estudiantil y, algún día, una mujer ocupará la Rectoría. Para que eso suceda, urge radicalizar la vida democrática de la institución.
Diez años después de que ingresara la primera alumna, se dio el movimiento estudiantil del 68, más adelante se echó abajo el régimen militar, se erigió el consejo paritario alumnos-profesores, la Escuela se convirtió en Universidad, se vinculó a Chapingo directamente con el campo a través de las prácticas y los viajes de estudio, se fomentó la igualdad en las aulas en vez del trato autoritario.
Sobre todo, se conquistó la igualdad plena del estudiante respecto a los maestros, al grado de que el voto de un doctor vale lo mismo que el voto de un nuevo ingreso. Hay a quien esta forma de gobierno le parece escandalosa, pero sin duda ha evitado abusos y ha tenido más aciertos que errores. Ahora mismo señala el camino: la paridad de mujeres y hombres en las aulas, en los órganos de representación, en los mandos medios y superiores, en el campo, en los laboratorios, en todas partes, servirá de mucho para acabar con ese pacto de “caballeros” que permite la impunidad.
La historia de Chapingo nos ha demostrado una y otra vez que la mejor forma de enfrentar los desafíos es profundizando la vida democrática. Hoy las chapingueras, al igual que el movimiento de mujeres en todas partes del mundo, están exigiendo la parte proporcional que les corresponde. Chapingo es su escuela, es su hogar, su lugar de trabajo; deberían poder desarrollar su vida académica, profesional y personal libre de violencia.