Debo considerarme sumamente suertudo y afortunado al tener en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la unam, a principios de los años setenta, a muchos grandes maestros que, aparte de ser escritores, daban auténtica cátedra en sus materias. Sin embargo, en medio de todos ellos sobresale uno que no sólo me llevó a trabajar con él a la Dirección de Literatura del inba, sino que además me invitaba a los curso que daba en diversas instituciones de educación media y superior del Distrito Federal y estoy hablando del escritor, de mi maestro, Gustavo Saínz.
Precisamente una de sus muchas invitaciones fue para que asistiera al Colegio de México, casi recién estrenado, donde daría un curso sobre “Novela y cuento norteamericano e inglés del siglo xx”. Mi entusiasmo fue enorme porque ahí iba a saber más de muchos de los escritores que admiraba (y admiro) como es el caso de la “Generación Airada” inglesa –sobre todo Kinsley Amis–, Lawrence Durrell y su impresionante “Cuarteto de Alejandría”, de “Papá” Hemingway, Francis Scott Fitzgerald, John Dos Passos, la auténtica “Generación Perdida”, Henry Miller, Sherwood Anderson, Erskine Caldwell, la “Generación Beat” y, claro, el ahora ya considerado clásico y mítico: J. D. Salinger.
Todos estos autores y muchos más ya los habíamos estudiado y leído en un semestre de la materia llamada Literatura y Sociedad, impartido por el propio Saínz, sin embargo en el Colegio de México se trataba de un curso intensivo, donde se trabajaría más a fondo y en serio a ese importante grupo de escritores de lengua inglesa.
En efecto, nos empapamos y requete empapamos de autores norteamericanos e ingleses y en uno de los que se puso mayor énfasis fue en Jerome David Salinger (Nueva York, 1 de enero de 1919-New Hampshire, 27 de enero de 2010), sobre todo, lo decía el maestro Saínz, porque por primera vez aparece como personaje principal y fundamental de una novela, The catcher in the rye, publicada en 1951, un adolescente, Holden Caulfield, quien es un sujeto desencantado, algo cínico y finalmente desenfadado pero que no deja de pensar en él como alguien que es importante, en la medida en que está haciendo lo que quiere, cuando quiere y como quiere. Ahí detrás de ese muchacho con seguridad se ocultaba el autor.
Y ¿cómo no se iba a detener Gustavo Sainz en ese autor si la generación de la llamada “Literatura de la Onda” –Parménides García Saldaña, Jesús Luis Benitez “El Booker”, René Avilés Fabila, José Agustín y el propio Sainz– habían abrevado de ese personaje?