• ML
  • Literatura
    • Narrativa
    • Poesía
    • Ensayo
    • Crónica
  • Educación
  • Entrevistas
  • Opinión
  • Tienda
  • Follow us
    • Facebook
    • Twitter
    • Youtube
    • Instagram
Molino de Letras
Molino de Letras
  • ML
  • Literatura
    • Narrativa
    • Poesía
    • Ensayo
    • Crónica
  • Educación
  • Entrevistas
  • Opinión
  • Tienda
Share
You are reading
La transformación      
Home
Literatura
Narrativa

La transformación      

febrero 20th, 2021 Mónica Teresa Müller Literatura, Narrativa 251
La transformación      

Hace unos meses, una noche de julio, llegué a la casa heredada de mis abuelos, que ocupaba desde hacía menos de un mes. Un débil fulgor traspasaba los enrejados cristales de las ventanas.

Como lo hacía cada noche al regresar del trabajo, me quité el abrigo y lo dejé en el respaldo de uno de los sillones del living. Fui hasta la cocina, calenté café y con la taza humeante regresé a la estancia. Apoyé el pocillo sobre la mesa ratona, me eché sobre uno de los sillones y al rato quedé dormido.

Desde que habitaba la vivienda estaba obsesionado con cada cosa que me sucedía. De todas maneras quería suponer que todo ocurría por el cauce natural y no por la superchería que había regido la vida de mis abuelos, los primitivos habitantes de la casa.

Desperté entumecido. Recorrí el espacio con la mirada. En la pared, frente a los sillones, colgaban dos copias al óleo de pintores famosos; una era de Claude Monet, Lirios del agua, que compartía espacio con Trigal con cuervos, de Vicent Van Gogh. Observé que una mancha ennegrecía la pared.

Ocurría lo mismo todos los días. Regresaba, servía el café, descansaba en el sillón; observaba los cuadros oyendo música y, en un tris, me dormía.

Cada mañana era ineludible mirar la mancha en la pared, cuya forma variaba. Supuse que se debía a una pérdida de agua y la hice ver. El plomero consideró que no era producto de ninguna pérdida y aclaró que pintara sin preocuparme.

Por la visita del trabajador conocí a Ana, mi vecina, que lo había recomendado. La mujer de unos sesenta años tenía un semblante de lívida palidez y los ojos negros que contrastaban con la clara cabellera. Dada mi soledad y el nulo interés de entablar amistades, me esforcé para aceptar su presencia en la casa.

—Marcial, agradezco que usted me reciba— decía, mientras gesticulaba. Yo, parco, asentía con la cabeza.

—¡Lo felicito por elegir esos cuadros para decorar! ¡Amo a Monet!— repetía cada vez que ingresaba al living. De tal manera lograba aumentar mi nerviosismo y desear que se fuera. Por suerte, como Ana había decidido restaurar su vivienda, no la vería por un tiempo.

Volviendo a mi preocupación, el color elegido para pintar era similar al de la suciedad en la pared. Previo a la elección del tono, lo había analizado y resuelto con criterio, pues pensaba que si la mancha volvía a aparecer, no se notaría. Pero no fue suficiente mi criterio, la mancha reapareció con un tono más oscuro que el de las paredes. Me sentí vencido y envuelto por la ira.

Luego de hacer pintar el living por tercera vez, colgué los cuadros sobre la mancha. Creí haberme quitado un peso de encima porque las obras parecían resplandecer en la nueva ubicación.

A partir de ese momento decidí beber el café matutino y el nocturno en la cocina, de tal forma dejaría de perseguirme y evitaría dormir en el sillón. Todo era insólito, como si hubiera intervenido la fuerza de un hechizo por el que flaqueaba mi entereza.

Con motivo de mi cumpleaños se acercaron para saludarme dos excompañeros de trabajo. Uno de ellos, de esas personas que no necesitan permiso, fue al living.

—Che, Marcial, ¡genial el cuadro de las flores! ¡Y la más grande parece hecha adrede, es igual al color de la pared! ¡Espectacular! —gritó—, ¿le hiciste “algo”?

Ese “algo” me sacudió. Fui hasta la sala, clavé los ojos en mi interlocutor y forcé la sonrisa mientras me daba vuelta para observar el cuadro: la mancha aparentaba ser un lirio más entre los de la pintura.

Ninguna deducción bastaba para contestar mis preguntas. Los tres éramos testigos, pero sólo yo sabía que ningún razonamiento me conduciría a la contestación precisa de por qué la mancha perduraba en la pared.

Saqué en conclusión que debía desprenderme de las pinturas. No quería tirarlas como desperdicios porque eran recuerdos de la abuela, las dejaría en la calle los jueves de descartes.

El miércoles, al regresar del trabajo, observé que aún estaba el volquete en la puerta de la casa de Ana. No dudé. Entré, descolgué los cuadros, salí hasta la vereda y los dejé. Comencé a proyectar la idea de continuar con la rutina diaria y que la mancha quedara en un pasado en el que no tuviera lugar su recuerdo.

Al intentar recobrar mi tranquilidad de ánimo, asocié la visión del lugar con mi vecina. No la había visto en varios días. Imaginé su rostro cuando viniera a la casa y no encontrara los cuadros colgados. Mi impulso fue comunicarme con ella, pero consideré dejarlo para la jornada siguiente.

Esa noche me senté en el sillón. La pared desprovista de las obras se veía limpia, pero como algo ilógico tuve una percepción de lo que podría suceder. Quizá había influido la lectura de un artículo que me había facilitado uno de mis amigos. Decía que Vicente Van Gogh había pintado Trigal con cuervos antes de suicidarse y que los cuervos eran utilizados como símbolo de la muerte. Tomar conocimiento de la nota fue una tortura innecesaria para mis pensamientos.

A la mañana me dirigí a la casa de Ana. En el camino me encontré con uno de sus sobrinos. La había llamado desde temprano sin que le contestara. Pensaba que su tía había salido por trámites y por tal motivo, ya que tenía la llave, ingresamos a la vivienda.

Mi facultad de entendimiento estaba colapsada. Nos dirigimos a la cocina. En los años vividos no me hubiera imaginado estar presente ante el horror. Temblaba por el pánico que sentí. Mi vecina estaba sentada frente al televisor, su cara mostraba un rictus de terror, con las manos sostenía el cuadro de Monet, que se había unido a su cuerpo y de la boca, atragantándola, asomaba un lirio gigante del color de la pared.

Compartir

Facebook Twitter WhatsApp E-mail
Previous article Dota Chapingo a todos sus estudiantes de computadora
Next article Luz
Mónica Teresa Müller

Mónica Teresa Müller

Docente, estudios de periodismo, servicio social y mediación. Autora de cuentos, crónicas y relatos en las obras 'Torbellino de Palabras', 'Los de Adentro', 'Homenaje a Oliverio Girondo', 'Sueños Dirigidos', 'Polifonía' y otras publicaciones. Forma parte del Grupo Literario Ayacucho, con el que ha publicado en el año 2020 'Embajada de emociones'. Ha obtenido premios en cuento. Fue miembro fundador de la revista 'Visto desde aquí'. Participó en el Programa Cultural en Barrios de la Ciudad de Buenos Aires.

Artículos relacionados
El elevador

El elevador

Espejo

Espejo

Aura

Aura

Timeline
Oct 26th 2:00 PM
Literatura

El elevador

Oct 23rd 12:40 PM
Literatura

Espejo

Oct 22nd 6:28 PM
Libros

Cristina Rivera Garza: Es necesario abrir la conversación sobre feminicidios en lengua inglesa

Sep 20th 9:15 AM
Reportajes

FILO: El negocio editorial detrás de la promoción de la lectura

Jun 28th 1:21 PM
Literatura

Aura

Jun 10th 12:38 PM
Medio ambiente y sociedad

Libertad para Mary Paz Zamora

Colabora
Apoya
Síguenos