Un nuevo fantasma recorre el mundo, por suerte llegó a México: el feminismo.
Nos caracteriza nuestra dificultad para entender nuestro tiempo, la realidad caótica no se amolda a nuestros pensamientos y, por si fuera poco, nos reusamos a dejar nuestros privilegios.
El feminismo irrumpe en la escena; aunque algunos piensan que debe hacerlo de buen modo, la realidad de nuestro país es brutal y asesina.
Ser machista es fácil, en general lo somos, la enajenación es nuestra aliada principal, no tiene toda la culpa televisa, sería injusto concederle tanto poder, menos ahora; casi todo lo que vemos –el amor romántico, las canciones de José José o José Alfredo– tienen esa carga de la cultura de nuestro tiempo; lo vemos en las historias de Hollywood, en las novelas y poemas; “ingrata, no me digas que me quieres/ (…) yo ya no te creo nada”.
No se diga el reguetón cuyas letras rebasan los micromachismos en que nos desenvolvemos a diario; aunque las buchonas emergen en el narco el mundo ranchero es todavía de machos, quizá el grupo marrano sea una muestra, pero la corriente alterada rompe los límites de la violencia misma en un círculo vicioso con la realidad criminal.
Trabajar estos temas es complicado y, sin duda, doloroso: resulta que nosotros somos los malos; más allá de la maldad individual, nuestro desinterés y apatía hacen que las cosas empeoren; el desconcierto y desaliento lastiman cuando vemos la gran violencia en que vivimos; en un tiempo Alarma! y La Prensa eran los espacios para el morbo y la sangre; ahora está en todas partes, las redes sociales parecen vivir de eso.
Es un tema eminentemente político, crecí en una generación con miedo, la guerra sucia era ejecutada con singular alegría por un grupo criminal bajo las siglas del PRI; ni remotamente imaginamos la fosa clandestina de cadáveres en que nos convertiríamos. Nos resistimos a creer que la manipulación era tan poderosa como para regresar al PRI a los pinos con EPN; la transa y el fraude parecían definirnos.
El uso de la figura femenina con la Gaviota y la promoción del guapo entre las electoras, estrategia de televisa tuvo su impacto, pero la realidad del crimen institucionalizado nos reventó en la cara con los 43 de Ayotzinapa; volvimos a reunirnos en las calles. La consigna que llevamos en nuestra esencia es “Ni perdón ni olvido, castigo a los asesinos”.
El feminismo también pide: “Ni perdón ni olvido”. El primer paso es visibilizar una situación que parece no importar a la sociedad: el acoso y hostigamiento cotidiano. El machismo no sólo es cosa de hombres, muchas mujeres no ven falla en la vida cotidiana; suelen decir no soy feminista o el feminismo no me representa, a diferencia del machismo que nos llega “natural” para entender la realidad hay que informarnos un poco más, es como quien está de acuerdo con el capitalismo, pero con un pequeño detalle: no posee medios de producción, es un simple trabajador.
Así, pues, estamos ante una nueva postura filosófica, una renovada teoría política; el feminismo causa temor: los capitalistas no vieron con buenos ojos el Manifiesto del Partido Comunista; siempre apostaron a que se integraran a la “lucha” civilizada con un partido político que participara en las elecciones; pero el comunismo busca poseer los medios de producción, cualquier otra postura es cuando menos reformista.
La propaganda capitalista nos hace temer al proletariado, nos vuelve enemigos de trabajadoras y trabajadores; la lucha y las huelgas parece que no aportan nada; si fuimos a la universidad nos autodenominamos “clase media”, pero la realidad es muy cruel, no somos clase media cuando no podemos vivir sin trabajar.
Nos aterra el comunismo sin entenderlo, pero más nos aterra el feminismo, porque si creemos que el comunismo nos va a “quitar” la casa, el feminismo nos da la seguridad de que nos quitará los privilegios que tenemos desde que Adán vino al mundo; desde que Huitzilopochtli le dijo a Coatlicue, su madre: “calladita te ves más bonita, yo te defiendo”; desde que Zeus enfrentó a Cronos, quien a su vez había derrocado a Urano. Todas premisas de una era machista que nos parece tan natural, pero es una construcción social y política.
La violencia en nuestra sociedad se ha desbocado. Que asesinen a nueve mujeres cada día por ser mujeres, sus parejas o conocidos, pasa casi inadvertido, no genera tanto impacto como que a un hombre lo agreda una mujer.
Nos asusta y preocupa el #MeToo en las redes, nos agobia el anonimato cuando los asesinos siguen en el anonimato; nos preocupan las acusaciones en falso, la infamia, cuando la infamia es la forma de vida de muchos, nos regodeamos en el chisme y la maledicencia.
La infamia tiene un fin claro: destruir al otro. Se sea culpable o no, de las acusaciones de acoso o violación, de robo o abuso, nadie sale bien librado si es víctima de infamia. La mente enferma hace cosas inauditas, así vivimos ya y parece que a nadie le preocupa. Es una constante que define nuestro tiempo, pero debemos cambiarlo.
Las víctimas de agresión tienen pocos recursos, no se diga legales, casi nulos; por eso se acude a la denuncia pública, a las pintas en las calles, que hablen los muros por nosotros, que hablen los muros por nuestros muertos.
En estos días parece que la disputa se ha instalado en las redes sociales, un grupo no ya de trasnochados sino de machos irredentos han creado un #MeToo(Machos); aunque debemos aceptar que el debate debe saltar de las redes sociales y llegar a nuestras salas, a nuestros comedores, a nuestros salones de clase, a nuestros trabajos.
El fantasma del feminismo va transformando nuestra realidad, los románticos anhelarán los días de Pedro Infante con su Chorreada, ícono elemental de nuestro machismo, con Sara García, su madre; un buen macho tiene a una buena madre, jamás “chinga a su madre” porque la respeta, todo en esa escena de la película que creemos que es nuestra vida.
No tengo duda de que el feminismo hará de nuestra sociedad un mundo mejor: su objetivo esencial es el bien común.
En nuestro infame pasado debemos restablecer los principios de equidad, esclarecer nuestros conceptos. El hostigamiento y el acoso son términos complementarios: hay hostigamiento callejero entre quienes no tienen relaciones de poder; hay acoso cuando un poder está presente, entre jefes y empleadas, maestros y alumnas.
El caso de Armando Vega Gil encona la disputa, nuestra sociedad parece privilegiar la vida, aunque la vida de los miserables no nos importa, la vida de los sin tierra, de los sin techo, de los migrantes; esa vida es irrelevante.
En el ámbito de las libertades creo que cada uno elige su propio devenir. Así como se elige fumar yerba o mezcal, se puede elegir otra “salida”: el suicidio. Es muy fácil señalar una causa y efecto en relación con el #MeToo, algo imposible de probar; los pensamientos suicidas son constantes en nuestra sociedad que nos ofrece en abundancia terror, sangre y desesperanza. Paradójicamente, en una cultura de terror el pensamiento suicida no es tan terrible.
No faltará quienes vean a un Raskólnikov atormentado como el único motor, y tampoco fallará: nuestra conciencia, cuando existe, está muy lejos del bonachón Pepe Grillo.
No será fácil para nadie, el verdugo va cubierto con el manto de la justicia y cree hacer lo correcto; los dueños de esclavos podían disponer de las vidas de sus posesiones; los criminales de la guerra sucia robaron niñas y niños de quienes creían una amenaza por ser diferentes; por fortuna, ahora tenemos los derechos humanos. Luego de la locura de los nazis, el mundo ha desarrollado un sistema de protección para todas y todos, donde quiera que estemos, sin importar nuestra condición, raza o sexo.
Así, pues, no tengo duda de que la ruta del feminismo también es la ruta de los derechos humanos; de un mundo donde las mujeres puedan caminar sin miedo y al parejo de los hombres, donde el techo de cristal ya no sea más que un concepto del pasado, donde los feminicidios y secuestros sean sólo un recuerdo de un infame pasado que no debemos olvidar.