Algunos antecedentes históricos
Durante el siglo XIX, el continente Americano fue sacudido por múltiples movimientos libertarios y heroicas defensas ante arteras invasiones perpetradas por países poderosos y expansionistas. México fue uno de los pueblos más agitados de este siglo; primero sostuvo una sangrienta lucha de once años para independizarse de España. Después se enfrentó a la invasión más cruel e injusta de su historia, en 1847, que lo convirtió en un país mártir al perder medio territorio ante la rapacidad del gobierno norteamericano.
Debilitado por sus pugnas y políticas internas, México sostuvo y salió avante de la desgastante Guerra de Reforma, pero al no aceptar los derrotados conservadores su falta de razón histórica, y para preservar sus privilegios económicos y políticos, acudieron a una potencia europea para que enviara a un emperador a gobernar al país y detener así el avance emprendido por el partido liberal encabezado por el presidente Benito Juárez, Melchor Ocampo, Sebastián Lerdo de Tejada, Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto y otros no menos brillantes patriotas.
Napoleón III aprovechó la oportunidad que esperaba para enviar a un casi desempleado Maximiliano de Habsburgo, archiduque de Austria, a cumplir tan aventurada misión. Otra elevada cuota que México tuvo que pagar, pero gracias al apoyo general del pueblo mexicano, diseminado en guerrillas, el Imperio que Maximiliano aceptó en 1864 terminó en 1867, fusilado en el Cerro de las Campanas, del estado de Querétaro. Se restauró la República con el presidente Juárez al frente, enarbolando la histórica advertencia: “Entre los individuos, así como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz.”
Los padres de José Martí
Entre los pueblos que lucharon abnegadamente para independizarse de la Corona Española en el siglo XIX destacó Cuba.
España, para no perder el derecho a las riquezas de la mayor de las islas caribeñas, incrementa sus pertrechos para contener los embates de los libertarios cubanos: envía una batería artillera, cuatro batallones y otros tantos escuadrones. Entre el personal de este refuerzo militar, llegó un sargento valenciano llamado Mariano Martí Navarro, de 37 años, que el 7 de febrero de 1852, se casó con la joven cubana de 24 años Leonor Pérez Cabrera, hija de un militar español destacado en La Habana. Al año siguiente, el 28 de enero de 1853, esta pareja trajo al mundo a un niño que registraron con el nombre de José Julián Martí Pérez. Jamás se imaginaron Mariano y Leonor el compromiso contraído con este hecho tan cotidiano con la futura historia de Cuba.
Desde los primeros decenios del siglo XIX, muchos pueblos latinoamericanos fueron rompiendo los vínculos de sometimiento con la España colonialista. En Cuba este proceso fue muy difícil y tardado, pero el espíritu independentista empezó a manifestarse en toda la isla, a pesar de la dura represión conque se topaban los intentos insurgentes. En 1847 surge el Club de La Habana, un grupo clandestino decidido a organizar la lucha directa contra la Corona Española. En 1848 es descubierta y reprimida una conspiración en Manicaragua. En 1851 hubo alzamientos en Camagüey, Trinidad y Punta de Abajo. El 18 de septiembre, a la caída de la reina Isabel II, asume el poder el general Prim, quien intensificó brutalmente la represión en toda la isla contra el movimiento insurgente, ya muy generalizado.
El grito de Yara marcó el destino de José Martí
Ni las amenazas e intensificación de la cruel represión detuvieron a un grupo de patriotas encabezado por Carlos Manuel de Céspedes para iniciar la lucha armada en la provincia de Oriente, el 10 de octubre de 1868. Este movimiento tuvo como estandarte el manifiesto conocido como El grito de Yara, en donde se plasmó la estrategia y organización de la nueva Cuba independiente. Dicho manifiesto es un documento muy bien pensado que refleja fielmente las legítimas aspiraciones del pueblo cubano. En uno de sus párrafos dice:
Cuba aspira a ser una nación grande, civilizada, a extender un lazo amistoso y ofrecer un corazón fraterno a todas las demás naciones; y si España misma consiente en dejarnos libres, Cuba será para ella como una hija querida por una buena madre; pero si persiste en su sistema de dominación y de exterminio muchos cuellos serán segados y los de aquellos que vengan en contra de nosotros, antes de que logren hacer del pueblo de Cuba una horda miserable de esclavos (Martha López Portillo de Tamayo, México y Cuba. Dos pueblos unidos en la historia, Tomo I, pp. 157-158).
Más adelante, en su penúltimo párrafo el Manifiesto agrega:
Por eso unánimemente hemos convenido en señalar un solo jefe, que dirigirá todas las operaciones con poder pleno y entera responsabilidad, especialmente autorizado para nombrar un segundo y todos los oficiales inferiores que pueda necesitar en los diversos ramos de la administración, por tanto tiempo como dure el estado de guerra y conociendo como conocemos el carácter de los oficiales españoles, persistiremos forzosamente hasta que la libertad de Cuba se consiga (Ibídem, pág. 158).
De acuerdo con los lineamientos de esta proclama, se convoca de inmediato a un congreso para que éste designase al encargado del poder ejecutivo del movimiento revolucionario, responsabilidad que le fue encomendada al propio Carlos Manuel de Céspedes, y como comandante de todos los ejércitos insurgentes a Manuel Quezada, prestigiado militar, que junto con su hermano Rafael Quezada, luchó como general juarista en México en la Guerra de Reforma, también contra la intervención francesa y el llamado Segundo Imperio de Maximiliano.
El acontecimiento del 10 de octubre de 1868 marcó en el joven de 15 años José Julián Martí Pérez una huella indeleble; sería justo decir que este hecho lo indujo urgentemente a comprometer su vida, esforzada y heroica, totalmente con la lucha por la independencia de Cuba. Precisamente en este año, el mancebo José Martí empezó a mostrar el rostro de precoz intelectual, de hombre de gran sensibilidad e íntegra catadura de héroe convocado por la historia. Todo esto lo presagian sus primeros versos publicados en la revista Álbum, de Guanabacoa. El siguiente año, en el periódico El diablo cojuelo, dirigido por su compañero de estudios, y gran amigo hasta el final de su vida, Fermín Valdés Domínguez, publicó sus primeros trabajos a favor de la libertad de Cuba. Días después aparece el periódico Patria libre, fundado por él, en donde sale publicada su obra teatral Abdala. Los sinsabores también se apresuran para ir al encuentro de nuestro joven personaje: en 1869, a los 16 años, Martí es encarcelado y procesado como simpatizante de la guerra declarada el año anterior.
En 1870, por determinación de un consejo de guerra, José Martí fue condenado a seis años de prisión y a trabajos forzados en las temibles canteras de piedras de San Lázaro. A los seis meses de estancia en este penal, debido a un accidente que le causó una lesión para sufrirla todo el resto de su vida, fue indultado, enviado a la Isla de Pinos y posteriormente deportado a España.
En 1871, en Madrid escribe y publica El presidio político en Cuba. Gracias al apoyo de su compatriota Carlos Sauville, se inscribe en la Universidad Central de Madrid para estudiar Derecho y Filosofía y Letras. Inesperadamente cae enfermo por los daños contraídos en prisión, razón por la que le permiten trasladarse a Zaragoza y, en la misma calidad de desterrado, continúa los estudios iniciados en Madrid. Mientras tanto, escribe y publica el artículo “La República Española ante la Revolución Cubana”. Tres años después, en Zaragoza, en junio se gradúa en Derecho, y el siguiente octubre da por terminados sus estudios en Filosofía y Letras.
De España a México
A fines de 1874 consigue salir de Zaragoza a Francia y de aquí se embarca rumbo a México. En Veracruz lo reciben sus padres Mariano Martí y Leonor Pérez, acompañados de sus hijas Leonor, Carmen, Amelia y Antoñica, con la triste noticia de la reciente muerte de Ana, la hija próxima a casarse. También acudió al recibimiento el reconocido intelectual Manuel Antonio Mercado, vecino y amigo de la familia Martí desde que ésta llegó a residir en México.
No está demás mencionar la importancia que Manuel A. Mercado tuvo en la vida del prócer cubano y de la cultura general mexicana del siglo XIX. Gracias al prestigio de este ilustre personaje de la Reforma, José Martí fue introducido al mundo de las letras mexicanas que en ese momento vivía nuestro país, con la predominancia de grandes personalidades como Ignacio Ramírez (el Nigromante), Ignacio Manuel Altamirano, Juan de Dios Peza, Justo Sierra, José Vicente Villada, Guillermo Prieto, Manuel Gutiérrez Nájera, Manuel Acuña, Manuel M. Flores y otros no menos ilustrados.
En todos los pueblos donde Martí llegaba , no se dedicaba solamente a difundir las ideas independentistas de Cuba y demás lugares sometidos a España, sino que se ocupaba también de estudiar la problemática económica, social, política y cultural. Comprometió gran parte de su tiempo a colaborar en los medios a su alcance, así lo hizo en España, en los pueblos latinoamericanos y en Estados Unidos, y por la responsabilidad que contraía con la verdad y su gran honestidad al hacerlo, en muchos casos era expulsado u obligado a salir repentina y clandestinamente, si bien en Estados Unidos duró escribiendo sobre asuntos culturales, educativos, políticos, de discriminación racial, la desigualdad social existente en este mismo país, etcétera.
En México no corrió con la misma suerte. No obstante que en su primera visita fue muy bien recibido en publicaciones tan importantes como la Revista Universal, dirigida por Vicente Villada, tras el derrocamiento del presidente Sebastián Lerdo de Tejada tuvo que salir del país clandestinamente y bajo seudónimo —para ya no volver más en forma legal— por un artículo publicado en El Federalista que disgustó al nuevo mandatario, el general Porfirio Díaz.
De México a Guatemala
Al abandonar México, como ya lo señalamos, el 2 de enero de 1877 se embarca para La Habana y de allí, el 24 de febrero del mismo año parte a Guatemala.
En este país es bienvenido, de tal manera que el 29 de mayo siguiente es nombrado catedrático de literatura francesa, inglesa, italiana, alemana y de Historia de la Filosofía en la Escuela Normal Central de Guatemala, a la sazón dirigida por el maestro, también cubano, José María Izaguirre.
Mientras realiza una intensa labor docente en esta institución, aprovecha la primera oportunidad para escaparse a México con el fin de contraer matrimonio con la joven cubana Carmen Zayas Bazán, con quien se había comprometido durante su anterior estancia en México en 1877. Cuando regresa con su esposa a Guatemala, se encuentra con la noticia del cese del director José María Izaguirre. Martí se inconforma por considerar arbitraria e injusta la decisión, razón por la cual renuncia a todas sus cátedras e inicia los trámites para regularizar su regreso a La Habana.
Ya estando en su ciudad natal empieza a gestionar la autorización para ejercer la abogacía. Después de intentar salvar todos los obstáculos, Martí llegó al impedimento definitivo. ¿Causa? Porque no pudo presentar su título, documento que la Universidad de Zaragoza se negó a entregarle, a pesar de haber terminado a satisfacción los estudios correspondientes y sustentar cabalmente el respectivo examen profesional. ¿A qué respondió este proceder? Porque cuando martí cubrió todas las exigencias académicas, lo hizo en calidad de exiliado, y por esto la Universidad, para otorgarle el título de abogado le exigía como condición comprometerse a ser siempre leal al gobierno español. José Martí se negó a firmar tal compromiso y, como consecuencia, renunció definitivamente a ganarse la vida ejerciendo esta profesión.
Ante este nuevo cerrón de puerta, el intelectual cubano decidió ocupar todo su tiempo a la actividad cultural y revolucionaria. Sin embargo, frente a esta situación adversa, el año de 1878 fue para él tiempo de gran beneplácito: el nacimiento de su hijo José Francisco, el “Ismaelillo” de toda la poesía martiana.
El año de 1879 fue particularmente intenso aunque también muy adverso. En el Liceo Literario de Guanabacoa, en uno de sus discursos, exaltó reiteradamente la labor literaria y revolucionaria de los incansables luchadores Alfredo Torroella y Adolfo Márquez Sterling, reconocimiento que provocó la ira de la máxima autoridad del gobierno español, el capitán general de la Isla, quien de inmediato estigmatizó a Martí como “loco peligroso”. El efecto no se hizo esperar; el 17 de septiembre de este año, el activista fue detenido, bajo la acusación de estar involucrado en un intento de rebelión armada conocida como la Guerra Chiquita, gracias a la delación de un militar infiltrado. “¡Qué noche, Carmen, y qué horrible día! Ahora voy a saber lo que es morir”, le dice en una carta a su esposa, al siguiente día de su arresto.
Otra vez deportado a España y de aquí a Nueva York
Ocho días después de su aprehensión, el vapor Alfonso XII partió de Cuba para dejarlo en Santander el 11 de octubre, en donde permaneció encarcelado once días; de aquí fue llevado a Madrid para ser presentado ante las autoridades el 29 de octubre del mismo año. El 20 de diciembre sale de Madrid a Francia rumbo a Nueva York, para llegar a esta ciudad el 3 de enero de 1880. En cuanto llega aquí, haciendo honor a la divisa que se impuso desde muy temprana edad —“Mientras haya obra que hacer, un hombre entero no tiene derecho a descansar”— emprende una intensa labor cultural, literaria y de organización revolucionaria en favor de la independencia de su patria, ya colaborando en periódicos, revistas de Estados Unidos y de Latinoamérica; pronunciando discursos entre cubanos migrados comprometidos con la misma causa, asistiendo a eventos culturales, etcétera.
En 1881 viaja a Venezuela. Desde febrero empieza a trabajar como profesor de Gramática francesa, de Literatura, de Oratoria y en pocos meses adquirió gran prestigio como orador y poeta; fue incluido como colaborador distinguido de la revista La Opinión Nacional, pero en julio de este mismo año escribió un artículo que incomodó al dictador venezolano Antonio Guzmán Blanco, quien lo expulsa inmediatamente del país.
Antes de salir para Nueva York escribió: “De América soy hijo: a ella me debo […] Déme Venezuela en qué servirla: ella tiene en mí un hijo” (Adys Capull y Froylán González, Por los caminos reales, pág. 211).
Nada más importante que la lucha por la independencia de Cuba
De regreso a Nueva York, en 1882, publica su libro de versos Ismaelillo, con la siguiente dedicatoria:
Espantado de todo me refugio en ti.
Tengo fe en el mejoramiento humano,
en la vida futura, en la utilidad de
la virtud en ti.
Si alguien te dice que estas páginas
se parecen a otras páginas, diles
que te amo demasiado para
profanarte así. Tal como aquí
te pinto, tal te han visto mis ojos.
Con estos arreos de gala te me
has aparecido. Cuando he cesado
de verte en una forma, he cesado
de pintarte. Esos riachuelos
han pasado por mi corazón.
¡Lleguen al tuyo!
Es obvio, pero no sobra decirlo, que estas palabras están dirigidas a su hijo José Francisco, a quien en este su último destierro de más de diez años, solamente pudo ver en dos ocasiones, mientras sostenía una lucha agitada, acompañado siempre por una angustiosa desesperación, no pocas veces sin ser compartidas con amigos cercanos y seres queridos, como podemos ver en su abundante correspondencia, principalmente en esta dolorosa carta:
… he evitado escollos, que he hecho cuanto una mujer digna puede hacer y que siendo tan joven como soy he tenido el peso y sufrimiento de las almas más templadas en la adversidad, sólo no he hecho una cosa, ni lo haré, aplaudir tu conducta, porque mi hijo es olvidado y tus viajes y tu imposibilidad de vivir bajo ningún gobierno me tienen llena el alma no sé de qué dolor tristísimo (Adys Capull y Froylán González, Op. Cit. pág. 212).
Así expresó Carmen Zayas Bazán, la probadamente abnegada esposa de José Martí, el límite de sus fuerzas para seguir soportando los grandes sacrificios al lado del revolucionario, quien estaba decidido a llegar hasta las últimas consecuencias de una lucha en pro de una causa para ella inalcanzable, para él dolorosamente lejana pero irrenunciable. La respuesta de Martí fue fatal para ambos, pero digna de ser recogida por la historia de los más grandes ejemplos de sacrificio a que puede llegar un patriota: “Nada por mi placer, todo por mi deber: todo lo que mi deber permita, en beneficio de los míos” (Ibídem, pág. 215).
Como podemos percibir, el máximo precio del más elevado sacrificio personal estaba supeditado a la causa que regía su vida: la consumación de la liberación de su pueblo. Nada en contra podía valer más que el deber impuesto por la conciencia de la necesidad histórica: ni las desavenencias con algunos correligionarios y amigos, ni siquiera las preocupaciones de doña Leonor Pérez, su madre, o la precaria e inconformidad de su esposa Carmen, a la que amaba tanto. ¿Y su hijo? Para José Martí, José Francisco era parte del futuro de su patria. ¿Qué otra cosa quiso decirle al ofrecerle su libro?: “Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud y en ti”.
Bajo esta sombría situación provocada por los graves acontecimientos vividos en 1882 —precipitada salida de Venezuela, ruptura entre él y su esposa, alejamiento de su hijo, tensión en las relaciones con los familiares más cercanos y otras preocupaciones de parientes y amigos—, José Martí, ya en la ciudad de Nueva York, continúa sus labores literarias, culturales y organizativas. En este mismo año, además de la publicación del libro dedicado a su hijo, inicia sus “Cartas de Nueva York”, enviadas a La Nación de Buenos Aires. En 1883 inicia sus colaboraciones con la revista La América, publicada en Nueva York, de la que poco después es nombrado director.
En 1884, Martí sostiene una tensa discusión con los dos más importantes militares del levantamiento del 10 de octubre de 1868, los generales Máximo Gómez y Antonio Maceo, altercado que provoca un lamentable distanciamiento entre ellos y él.
Desde 1886 se convierte en puntual corresponsal desde Nueva York de las publicaciones La Nación, de Buenos Aires; El Partido Liberal, de México; La República, de Honduras; y de La Opinión, de Montevideo.
En 1887 Martí sufre un golpe moral más: la muerte de su padre. En este mismo año propone a un grupo de dirigentes cubanos de la emigración un plan de organización, documento que es enviado a los generales Máximo Gómez y Antonio Maceo.
En 1889 aparece el número uno de La Edad de Oro, de los cuatro programados de esta revista destinada a los niños de Latinoamérica.
La hipocresía del imperialismo yanqui
Desde el principio, los esclavistas norteamericanos simularon ver con simpatía el heroico movimiento libertario del pueblo cubano; por eso nada tuvo de insólito que se sumaran auspiciando expediciones para fortalecerlo y erigirse con esto en paladín solidario de la independencia de los pueblos colonizados. Este disfraz lo ha usado el imperialismo norteamericano desde siempre; recordemos a su quinto presidente James Monroe, que desde 1823 estableció la ley bautizada con su apellido, en donde, con el señuelo de apoyar y reconocer la independencia de los pueblos latinoamericanos de las potencias europeas, preparaba el camino para sustituir a éstas en la explotación y saqueo de nuestro continente. No expresa otra cosa la frase lapidaria de la ley Monroe: “América para los americanos”, pues desde el principio fueron ellos quienes se adueñaron del gentilicio “americanos”.
Desde que José Martí llegó a los Estados Unidos el 3 de enero de 1880 en calidad de exiliado, empezó a conocer profundamente las virtudes y ambiciones expansionistas de los potentados de este imperio —“viví en el monstruo, y le conozco las entrañas”, le dijo en la última carta, por cierto inconclusa, a su gran amigo mexicano Manuel A. Mercado.
Cuando los patriotas cubanos emprendieron su abnegada lucha para independizarse de la Corona Española, Estados Unidos se puso la careta de solidaridad con esta gesta libertaria para debilitar a la decadente España, con el fin de anexarse un nuevo país, y pasarle posteriormente la cuenta a éste de su figurada independencia. La estrategia y práctica del imperialismo para avanzar en su expansión son ya harto conocidas.
Sin embargo, en cuanto considera oportuno cambiar de máscara para pasar al cinismo más crudo y detestable, lo hace sin ningún recato, como sucede el 16 de enero de 1889: el diario The Manufacturer de Filadelfia, vocero oficioso del Partido Republicano, con un provocador artículo titulado “¿Queremos a Cuba?”, donde el autor dispara una retahíla de improperios racistas contra los cubanos insurgentes para, como siempre, hacer valer la supuesta superioridad blanca.
El siguiente 21 de marzo, el periódico The Evening Post, de Nueva York, alaba y refuerza el contenido del artículo del diario de Filadelfia, usando el mismo criterio e idénticos juicios: los cubanos han soportado tanto tiempo la opresión española por carecer de fuerza viril y de respeto propio, por eso, sus mismas tentativas de rebelión han sido infelizmente ineficaces que apenas se levantan un poco de la dignidad de una farsa. Todo por estar incapacitados por la naturaleza y la experiencia para cumplir con las obligaciones de la ciudadanía de un país grande y libre (Martí y la primera revolución cubana. Argentina, Centro Editor de América Latina, pp. 38-42).
José Martí asume ante estas ofensivas aseveraciones al pueblo cubano una defensa de elevada dignidad, poniendo en su justo sitio opiniones al servicio de una política fanfarrona, excusable sólo por una desordenada ignorancia histórica que abarca, en el caso concreto de Cuba, desde cómo fue la invasión española, el prolongado periodo de opresión y la sangrienta guerra independentista de 10 años sostenido por el pueblo cubano.
Después de impugnar, punto por punto el artículo de marras, Martí concluye su réplica con las siguientes palabras:
… a nosotros nos debilita la demora, no demora causada por la cobardía, sino por nuestro horror a la sangre, que en los primeros meses de lucha permitió al enemigo tomar ventaja irreparable, y por una confianza infantil en la ayuda cierta de los Estados Unidos: ¡No han de vernos morir por la libertad a sus propias puertas sin alzar una mano o decir una palabra para dar un nuevo pueblo libre del mundo! […] La lucha no ha cesado. Los desterrados no quieren volver. La nueva generación es digna de sus padres. Centenares de hombres han muerto después de la guerra en el misterio de las prisiones. Sólo con la vida cesará entre nosotros la batalla por la libertad. Y es la verdad triste que nuestros esfuerzos se habrían, en toda probabilidad, renovado con éxito, a no haber sido, en algunos de nosotros, por la esperanza poco viril de los anexionistas, de obtener libertad sin pagarla a su precio, y por el temor justo de otros, de que nuestros muertos, nuestras memorias sagradas, nuestras ruinas empapadas en sangre, no vinieran a ser más que el abono del suelo para el crecimiento de una planta extranjera, o la ocasión de una burla para The Manufacturer de Filadelfia.
Así concluye José Martí su carta réplica enviada al director de The Evening Post, firmada en Nueva York el 21 de marzo de 1889, y que trascendió en la historia con el nombre de Vindicación de Cuba, pero por el objetivo perseguido y el contenido, vale para todos los pueblos que aspiran y luchan por su libertad y la igualdad entre los hombres.
Con su muerte, el héroe escribió su último poema
Retomando el curso de la trayectoria de José Martí, en enero de 1890 se inaugura la sede de la Liga de Trabajadores en Nueva York, organización de la que fue cofundador y presidente honorario. En 1891 publica en esta misma ciudad sus Versos sencillos. En 1892 redacta en Cayo Hueso las bases y estatutos del Partido Revolucionario Cubano, proclamado este mismo año.
Los años 1892 y 1893, Martí y los principales dirigentes del Partido Revolucionario Cubano los dedican a viajar a México, Santo Domingo, Haití, Jamaica, varias poblaciones de Cuba y todo Centroamérica para organizar y recabar fondos para la inminente lucha armada. En 1894, Martí y el general Máximo Gómez afinan el revolucionario Plan de la Fernandina, en donde se explica la estrategia de la invasión a Cuba por medio de tres expediciones simultáneas, pero el plan fue descubierto y denunciado por un coronel infiltrado.
Ante la posibilidad real de un rotundo fracaso, José Martí ordena a su íntimo amigo, colaborador y principal dirigente del Partido Revolucionario en Cuba, encabezar la sublevación el 30 de enero, mientras él se reúne con el general Máximo Gómez para firmar el 25 de marzo el Manifiesto de Montecristi, en la población del mismo nombre.
En la noche del 11 de abril, ambos se adentran al país para unirse a tropas revolucionarias que ya luchan contra el ejército español. En la región de Guantánamo se daban ya cruentos combates. Para mejor determinar los centros de mando, el general Máximo Gómez nombra a Martí mayor general del Ejército Libertador. El alto mando decide que Martí y el general Antonio Maceo vayan a reunirse con las aguerridas tropas comandadas por Bartolomé Masó, a quienes el Mayor General del Ejército Libertario arenga por última vez el 19 de mayo, mientras el general Máximo Gómez combate temerariamente contra las renovadas tropas españolas.
Para proteger al máximo líder del movimiento libertario, el general Gómez le ordena retirarse del fuego directo del enemigo, pero José Martí considera que acatar esta orden sería faltar a sus responsabilidades y manchar su propio honor, por lo que se negó a obedecerla, y en vez de buscar un lugar para proteger su vida, con unos cuantos compañeros y armado solamente con un revólver, se fue contra las filas españolas.
Así fue como el 19 de mayo de 1895, José Julián Martí Pérez cayó en Dos Ríos herido de muerte, con la mandíbula destrozada, el pecho atravesado y un muslo roto por las balas recibidas. Sus compañeros, exponiendo al máximo la vida, intentaron rescatar el cuerpo pero no lo consiguieron. Ese mismo día fue llevado a Santiago de Cuba para ser expuesto y sepultado el 27 de mayo, a los 42 años de edad.
Una estrella más del firmamento humano estalló, no para apagarse sino —por la altura en que se colocó— para seguir iluminando, por muchos años, los pasos de los enamorados de la libertad.