Una versión de este trabajo se publicó cuando murió el escritor en la Revista Mexicana de Cultura del diario El Nacional, y forma parte de un libro titulado Los que se fueron (Epitafios), de próxima aparición.
Se vive a las carreras y la prisa nos conduce, irremediablemente, a la muerte. Por eso cuando muere algún conocido o un escritor que leímos con entusiasmo, con ganas, podemos decir que morimos un poco con ellos. Cada uno de nuestros muertos es nuestra propia muerte. Reconocemos a la “huesuda”, a la dama blanca, por los otros, porque cuando nos toque a nosotros, nunca sabremos qué pasó. Eso me pasó al enterarme de la muerte de Erskine Caldwell el sábado 11 de marzo de 1987, hace ya 21 años. Pero en ese instante sentí que algo muy cercano a mí y a mi corazón se tambaleaba y caía.
Guardada toda proporción, sentía a Erskine Caldwell como una especie de Ernest Hemingway en modesto y sencillo, aunque el primero más centrado en su profesión de escritor que en la celebridad pública del segundo. Leer su autobiografía contenida en Llamémosle experiencia (Ed. Lumen, España, 1971), publicada en 1951, nos permite atisbar en una vida compleja y rica donde el autor Caldwell nos habla de sus peripecias, de sus trabajos y afanes para conseguir lo que quería: ser escritor.
Erskine Caldwell nació el 17 de diciembre de 1903 (y no 1904, como señalaban los periódicos que se ocuparon en su momento de su deceso) en Moreland, Coweta County, Georgia. Hijo de un pastor prebisteriano que debido a su cargo viajaba por todo el sur de Estados Unidos. Desde pequeño Caldwell sintió la atracción por la vida, por lo que sucedía en el mundo y también por la labor de la escritura, aunque dedicarse a ésta era permanecer sentado frente a una máquina y eso, en la niñez y adolescencia, no es muy promisorio ni estimulante.
En Llamémosle experiencia Caldwell cuenta que algo debió suceder entre los 15 y 17 años, “puesto que después, a los veintiuno o veintidós, me di cuenta de que escribir era lo que quería hacer, con preferencia a cualquier otra cosa. Poco después decidí tranquilamente seguir hasta el fin de mi vida la senda de la literatura, rectamente, sin rodeos… A mi juicio, una de las lecciones, fue que mi mejor maestro, el que más constantes enseñanzas me proporcionaría, sería la vida en sí misma. Si queréis, a eso podemos llamarle experiencia. Sin embargo, sea cual fuere el nombre que le demos, eso es lo que, desde entonces, he buscado sin cesar.”
El autor de este breve ensayo tendría quizá 12 o 13 años cuando en la televisión descubrió una historia truculenta, gruesa y profunda: El camino del tabaco. Para el niño que es el autor adulto de estas líneas, fue sumamente impactante comprobar que en Estados Unidos, lugar de promisión y de riqueza sin límites, según lo que la propaganda de la época nos hacía ver, además de lo que veíamos en las cientos de películas bélicas que nos soplábamos en los cines del barrio, con Erroll Flinn a la cabeza y John Wayne en la retaguardia, existía también la pobreza, los seres marginados que, como decía Caldwell, trabajan toda su vida para seguir siendo pobres.
El camino del tabaco (1932) fue la primera novela publicada por Cadwell. Antes había publicado un libro de relatos: American Earth. El camino… es la historia de las familias de aparceros del Este de Georgia, quienes siguen las viejas rutas del tabaco para ganarse la vida. Cadwell logra plasmar la desesperación diaria de quienes nada tienen excepto su fuerza de trabajo, que es todo y es nada. Esa es la historia que vi en la televisión, en alguna ocasión, hace muchos años y que me impresionó. Años después conseguiría prestado el libro y otros años más tarde mi propio ejemplar de El camino del tabaco (Ed. Bruguera, España, 1977).
God ́s little acre (1933) fue escrita de un tirón y desde el principio Caldwell tenía muy clara la idea a desarrollar: el modo de vida propio de una población trabajadora sureña, la cotidiana existencia de una familia de granjeros. Cuando en 1977 buscaba esa novela sabiendo que ya había una traducción argentina titulada La crachita de Dios, tuve la oportunidad de ver una película basada en esa historia trágica, terrible, y que refleja otro tipo de pobreza. Finalmente encontré una edición traducida como La tierrita de Dios (Ed. Huracán, Cuba, 1976), al módico precio de 20 pesos de aquel entonces.
Algunos años más tarde, me encontré con un libro fundamental para mí y mi formación como escritor: Llamémosle experiencia, donde narra todas las peripecias de su agitada y plena vida como periodista, vendedor de libros, jugador de fútbol americano, cosechador de algodón, nabos y patatas, cocinero, traficante de armas, guionista y muchas actividades más que practicó para ganarse la vida, mientras seguía con la sola idea de dedicarse a la literatura de tiempo completo.
Llamémosle experiencia es un libro que se puede leer como una novela o como la autobiografía de un autor que hizo todo lo que pudo y más con la idea de sobrevivir y llegar a ser escritor. Es un volumen que no tiene desperdicio, consta de una serie de textos que hacen comprender al lector y al posible nuevo autor o aprendiz de escritor, que la carrera de las letras no es de rapidez si no de resistencia; y que cuando se decide por ese camino, la suerte está echada y quien lo asume dejará de lado otras ofertas, incluso sustanciosas, para hacer lo suyo y nada más que lo suyo.
Sigmund Freud habla en alguno de sus libros del “sentido oblativo” de la obra del arte, en especial de la literatura, sobre todo cuando el escritor “se da”, se “fragmenta” para que los otros se encuentren reflejados en los escritos. Si algún escritor se dio en forma clara y sencilla ese fue Cadwell, quien dejó de lado toda una serie de sucesos dignos de ser escritos y narrados, que le afectaron en vida, para ocuparse de escribir de los otros, sobre todo de los pobres y desheredados sureños –esos mismo que William Faulkner utiliza y recrea de otra manera–. Preocupado por el hombre, tanto en abstracto como en concreto, Caldwell fue corresponsal de guerra y estuvo en la URSS en varias ocasiones para saber lo que proponía el otro mundo, el del lado oriental y comunista. Viajero incansable y escritor prolífico, el último libro que conseguí de él fue Amor y dinero (Ed. Mateu, España, 1970), de una manera por demás casual: en el Centro Cultural Librería Reforma, ahora ya inexistente, en una pila de libros viejos que remataban a 100 viejos pesos el ejemplar. Una ganga.
En su largo peregrinar Caldwell también recorrió algunos estados de la República Mexicana, donde escribió varios de sus relatos. Murió en Paradise Valley, Arizona, el 11 de marzo de 1987. La primera vez que llegó al desértico estado de Arizona, en los años 40, siempre pensó que cómo era posible que alguien, en su sano juicio, dejara el soleado Este o el denso Oeste para venirse a vivir a ese lugar. Él, que nunca se negó a nada, terminó comprando una sobria casa en dicho estado.
Por desgracia, nunca fue un escritor de masas como John Dos Passos, Ernest Hemingway o Scott Fitzgerald, quienes siempre fueron sobrevalorados por ser miembros de la llamada “Generación perdida”, según la expresión de Gertrude Stein. Erskine Caldwell siempre fue más mundano y terrenal, nunca estuvo cerca de los reflectores y muchos pasajes de su vida –guardada toda proporción–, nos recuerdan algunas etapas de la agitada existencia de José Revueltas.
Uno de sus méritos fundamentales de este gran escritor norteamericano digno de lectura –si no lo han hecho– y de relectura –si ya llegaron a él–, fue que nos hizo ver las otras caras de la sociedad ́: la de la pobreza, la violencia, la vileza humana y la deshumanización de una buena parte de ese conglomerado humano que predica la democracia y el bien común, aunque no lo practica.
Finalmente encontramos a una sociedad miedosa y temerosa que, con el gobierno de Trump, volvemos a conocer en todo su esplendor al, según él, librar su guerra contra el terrorismo, contra los indocumentados, contra Venezuela, contra Corea del Norte, contra casi todos, lo que implica también el ser despiadados con todos los extraños a ellos, sobre todo con los trabajadores migrantes, anécdotas e historias que vienen contenidas en muchos de los relatos del autor que nos ocupa.