Así como la memoria de un hombre está en sus besos,
me habitas con el oleaje de tu sonrisa,
con el relato de tus años mozos trepada en el carrusel,
inclusive de cuando la desventura quiso remover escombros.
Río de luz en medio del desierto.
Indómita jacaranda de acero.
Tu sonrisa debe ser vertical…
porque tu cintura es asidero, porque una niña habita en tu entraña:
hechizante, salvaje…
Anida un manantial de luz en tus manos.
Florece una farmacia viviente:
esparces sus prodigios.
Insólitas caricias venerables que sanan. Mientras sonríes una aurora crece en tu rostro. Desvanece y abrillanta el peso de tus desvelos.
Y mantienes la sonrisa mientras la niña salvaje juega a las escondidas:
corre a la selvática espesura de tu entrepierna
y un tropel de ángeles enfermos te merodea, buscan sanación.
Tú no buscas, encuentras, convocas auroras.
La humedad de tus labios germina peces.
Lo eterno: besos tuyos en estampida.