El escritor llegó a la cita tranquilo y a paso lento, muy afable y sonriente. Una vez que nos saludamos nos dispusimos a entrar a la biblioteca y a acomodarnos en una mesa cercana a la entrada. Rolando es una persona agradable, con una voz aguardentosa. Su humor es una combinación de lo añejo con lo nuevo, haciendo referencias a “cosas de jóvenes” y comparándolas graciosamente con lo que él vivió. Es una persona abierta a opiniones.
Dicen que leer es como tener una charla con el autor y quizá es cierto, es una forma de conocer su cosmovisión, pero realmente nunca está de más una conversación en persona, conocer los gestos, las expresiones, e incluso cómo se desenvuelve en su entorno, de alguna forma es un complemento. Fue realmente grato poder hablar con Rolando Rosas Galicia, conocer más acerca de él y cómo es que sus distintas vivencias han influido en su escritura y con el paso del tiempo ha generado su metodología personal para escribir.
Fue una bella experiencia de la que se pueden tomar los consejos de alguien que ya lleva tiempo escribiendo, tanto para las personas jóvenes o quizá no tan jóvenes que pretendan abrirse paso en la escritura o, si no es en la escritura, por lo menos en la lectura, la cual promueve con mucho entusiasmo, porque claro está que para escribir hay que leer. Rolando Rosas Galicia es un claro ejemplo de constancia, vocación y humildad. Lo asombroso fue cuando el escritor dijo que uno debe escribir de lo que sabe y conoce y no de lo que inventa.
¿Cuál es su origen?
Nací en San Gregorio Atlapulco en la alcaldía Xochimilco, el pueblo está entre ésta y Tulyehualco. Se caracteriza por ser los últimos relictos donde aún conservan el sistema agrícola de chinampas, ese sistema agrícola es de alta productividad, se pueden sacar hasta siete u ocho cosechas por año. Principalmente se cultivan hortalizas, verduras: calabaza, apio, perejil, epazote, cilantro y acelgas. Hasta hace 30 años funcionaba, pero con el crecimiento de la Ciudad de México y la voracidad de los expropiadores se acabó y quedó solo un 10 por ciento y únicamente en Xochimilco hay espacios en donde transitan las trajineras, pero en mi pueblo no, se convirtieron en comerciantes de verdura, pero ya no la producen, la van a comprar a la central de abastos y la distribuyen en los mercados, tianguis y supermercados.
Otras personas abandonaron las chinampas porque se volvieron profesionistas, el pueblo dejó de ser de campesinos y agricultores, únicamente quedan los que no estudiaron pero ya tendrán 60 años, podría decir que los viejos son campesinos, pero ya no existen, ya murieron, muchos no estudiaron y si acaso unos pocos sí. Algunos lugares se convirtieron en grandes invernaderos donde cultivan plantas y hortalizas muy exclusivas para restaurantes caros como el cebollín, lechuga china que sirve para decorar platillos y otras cosas que desconozco, ese es mi pueblo, ahí nací.Mi padre fue campesino, mi mamá ama de casa. Mi abuelo también campesino zapatista, fue correo entre Zapata y Villa en los acuerdos de Xochimilco, está documentado, era buen jinete. De mi pueblo a Xochimilco son como seis kilómetros. Entonces había que estar comunicando a Zapata y Villa. Mi abuela también era ama de casa y desde los seis, siete años viví con mi abuelo, con él aprendí a cultivar las chinampas, tenía terrenos en el cerro y ahí lo acompañaba, porque a él se le murió un hijo cuando tenía como 10 años, entonces él me adoptó y yo fui el hijo que había perdido y al que le enseñó cómo cultivar las chinampas, entonces sabía cultivar la espinaca, cilantro, epazote, la hierbabuena, la coliflor, lechuga romana, apio, maíz. Yo lo acompañaba y aprendía de él, ese es mi origen.
¿Cuándo comenzó a escribir?
En la jornada del campesino se desayuna en la mañana y se come a las seis o siete de la tarde. Se va uno a trabajar y se lleva el itacate, que en nuestro caso generalmente eran tacos de huevo con salsa, no había para más, y agua; para los adultos, a veces llevaban pulque. Nosotros llevábamos agua endulzada con limón para todo el día y regresábamos después de la jornada a la casa como a las seis de la tarde y mi abuela ya tenía preparado el tlacuil, cocinaba en las piedras y encima el comal y ya estaba la sopa, estaba el guisado que generalmente eran alas de pollo en salsa verde, chorizo o chicharrón, que eran comidas baratas. Entonces, al final de eso, el abuelo nos contaba historias a mí y a mi hermana; después mi mamá también vivió con nosotros y también a ella. Nos contaba historias de la Revolución, de muertos, de asesinatos, de balazos. Alguna vez me contó que de caballo a caballo sólo tenía una bala su máuser y lo mataba al otro o lo mataban a él, entonces el mató al otro, no me asustaba.
Luego iba a la secundaria. En ese entonces la enseñanza era memorística, era pura memorización de datos que no nos servían para nada, pero así educaban, si acaso una vez en tercero de secundaria el maestro me dejó sintetizar la segunda parte del Don Quijote, tuve que leer en vacaciones. Después una maestra nos enseñó a hacer sinónimos, antónimos, parónimos y me gustaron las palabras, encontrar que había palabras iguales a otras palabras como los sinónimos, palabras que tenía una significación diferente. Con otro maestro trabajábamos con un libro de texto de María Edmée Álvarez, traía compilaciones de obras literarias, poemas de Sor Juana, Lope de Vega, un fragmento de Don Quijote, de Garcilaso, sobre todo poemas del Siglo de Oro Español. Entonces creía que había una separación entre lenguaje literario y el común, fui comprendiendo que no, que eran las mismas palabras, pero lo único que cambiaba era la intención.
Bueno, sucede que a mi casa llegaba una muchacha; el domingo más cercano al 12 de marzo llegaban muchos invitados, mi abuelo tenía conocidos, de pronto no sabía quiénes eran y llegaban unas niñas güeritas, como de mi edad. una se llamaba Elena. También la hija de doña Eusebia que me gustaba, llegaba con frecuencia a mi casa, era guapa y yo me enamoré de ella, no me hizo caso y yo le hacía poemas, no se los entregaba porque creo que tenía novio, pero ahí comencé a hacer poemas.
Después, cuando entré a la Escuela Nacional de Maestros, encontré una maestra que se llamaba Emma Godoy y le mostré los poemas, me dijo que estaban bien. Me enseñó a escribir, clasificar, contar silabas y acentos. Entonces yo la acompañaba, era mi clase preferida e iba con ella a todos lados, la veía y me pegaba a ella, me hacía recomendaciones y me decía que escribiera sonetos, silabas y me mostró muchas formas literarias, entonces yo le daba mis poemas y me decía que estaban bien, que le corrigiera o que la rima estaba mal.
¿Ahora cuándo escribe?
Cuando salí de esa escuela ya escribía, hacía poemas, ya tenías más o menos unos cuatrocientos poemas a mano, cuadernos en los que apuntaba o algunos escritos en una maquina Olivetti e iba juntando y corrigiendo. Terminando esa escuela comencé a trabajar de maestro de primaria, era de la Escuela Nacional de Maestros, nos daban una plaza y me fui a trabajar a Iztapalapa en la unidad Vicente Guerrero. Trabajaba en la mañana y en la tarde estudiaba en la Escuela Normal Superior, estudiaba literatura, entonces escribía donde se podía, en el camión, mientras comía en cualquier fonda, mientras comía una torta, en mi cuaderno o una servilleta. Algo que yo tenía es que leía mucho, siempre he leído mucho, me metía a las librerías y a veces me robaba los libros, a veces los compraba u otras las leía ahí, no tenía dinero suficiente para comprar libros, pero sí había posibilidades de robárselos porque no había tanta vigilancia.
Había una librería que se llamaba Libros selectos, de Polo Duarte, por la Alameda Central; cuando veía entrar a todos los muchachos, que eran de 17, 18 años, nos decía: “No se roben los libros, se los voy a prestar, los devuelven y les presto otro”. Él nos ayudó mucho en la lectura de libros, porque ya no nos los teníamos que robar, los cuidábamos mucho. Había libros que no podíamos comprar, si nos gustaban mucho entonces los pagábamos. Entonces yo empecé a escribir por gusto, comencé a seguir cierto sistema, leía a García Lorca, Neruda, Antonio Machado y después descubrí a otros y vi cómo escribían ellos y trataba de escribir así, trataba de imitarlos, eran como modelos, podía escribir de cualquier tema, después entré a unos talleres literarios.
Tenía como 21 años para ese entonces. Como ya era después del 68 y también del 71, había muchos talleres literarios aquí en México, que impartían los mejores poetas como Juan Bañuelos, Tito Monterroso, Carlos Illescas, entonces con ellos aprendía uno mucho. Me reunía con otros compañeros que también querían escribir y que se tomaban en serio la escritura, entre ellos Eduardo Langane, Arturo Trejo Villa Fuerte, Alfonso López, Isabel Quiñones, Sergio Negrete, muchos compañeros, yo era del de Illescas y cuando nos reuníamos hacían encuentros de talleristas. La UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) o Bellas Artes organizaban encuentros de talleres, nos reuníamos como doscientos, entre narradores, poetas y ensayistas, y ahí nos conocíamos con los de otros talleres. Venían de toda la república, con muchos de ellos intercambiábamos textos y luego algunos hicieron revistas y publicaban nuestros textos en las revistas.
Después aparecían premios y becas de poesía joven, convocaban a poetas, narradores, dibujantes, a cronistas, teatreros y alguna vez participé y gané el tercer lugar, el primer lugar lo ganó Mario Alberto Mejía y el segundo lugar lo ganó Sergio Negrete y yo el tercer lugar. Nos conocimos, nos hicimos amigos, nosotros tres. Más o menos ahora tienen 60 años: la generación madura, de mayores, ya estamos viejos. Luego participé en un premio nacional de Bellas Artes y obtuve el segundo lugar y ahí conocí al primer lugar, que era Víctor Manuel Cárdenas, de Colima, para ese entonces yo ya estaba en Chapingo.
Hacíamos editoriales independientes, fue así que publiqué mi primer libro. Se llama En alguna parte ojos de mundo, en 1980. Uno va conociendo escritores y uno puede platicar con ellos, fui aprendiendo y me tomé en serio la cuestión de la escritura.
¿Para quién escribe?
El primer libro que escribí eran poemas de amor dedicados a esa muchacha que no me hizo caso. Por fortuna no me hizo caso porque no estudió, la vi después de 20 años y era una gorda terrible como con cinco hijos, la encontré en Xochimilco.
Yo leía El llano en llamas y lo que hice fue hacer paráfrasis o poemas basándome en cada uno de los cuentos de Juan Rulfo, así empecé a escribir, porque había un maestro que nos decía: “¡No escriban poemas de amor, porque no saben qué es el amor!, además, ya muchos han escrito poemas de amor y van a ser poemas como románticos y el romanticismo ya fue en el siglo XlX, escriban de otra cosa”.
Hice una versión en poesía de El llano en llamas; cuando lo publiqué, se llamaba En alguna parte ojos de mundo. Tenía que regalarselo a Rulfo, vi que iba a develar una placa en Cerapio Rendón, en el Injuve (Instituto de la Juventud), y me lo encontré. Le dije: “Maestro, yo hice un libro, y se lo dediqué, basado en sus cuentos”. Me respondió: “Muchas gracias”. Llevaba mi Llano en llamas y le pedí: “Ahora dedíqueme usted su libro”. Me lo dedicó, tengo dedicado el libro de El llano en llamas. Es la única vez que vi a Juan Rulfo.
Desde antes quería visitarlo, él trabajaba creo que en el instituto Nacional Indigenista, pero me daba miedo, me paraba en la puerta y nunca entraba a saludarlo. Aparte, ¡yo cómo voy a saludar a alguien tan importante y quitarle el tiempo!, pensaba. Muchas veces no me atreví, me quedé en la puerta del Instituto y no entraba, pero esa vez si entré y lo saludé, le di el libro, ese fue mi primer libro. Luego pues ya empecé a escribir de lo que yo sabía. Para escribir hay que escribir de lo que uno sabe, no de lo que uno inventa. Por lo menos yo creo así. Y de lo que yo sabía era de mi abuelo, mi mamá y mi pueblo.
Entonces comencé a escribir un libro acerca de mi pueblo, un libro que se llama Quebrantahuesos. Ya estaba en Chapingo. Un día fui a viaje de estudios a Oaxaca y vi un ave de rapiña muy bonita, se llama el quebrantahuesos. Es de rapiña pero tiene todo el cuello cubierto no como los zopilotes, es un cuello entre blanco y dorado muy bonito. Me gustó el ave e investigue con los campesinos por qué se llamaba quebrantahuesos: porque agarra a sus presas, las vuela y las suelta desde arriba para que se le quiebren los huesos; ya de ahí las come. Pero también es el pájaro más cobarde: nunca pelea por el alimento, se queda con las sobras, cuando se van todos y dejaron las sobras, baja y come, pienso que porque no quiere que se maltrate su plumaje. Y empecé a hacer poemas a mi abuelo, a mi mamá, con lo que yo iba leyendo, a las chinampas, a los cultivos, a las creencias, a los personajes que a veces eran peones de mi abuelo, escribía de eso.
¿Cuál es el género que más disfruta escribir?
La poesía, me gusta más la poesía. La razón es que me hubiera gustado escribir narrativa y nada más he escrito uno, un libro publicado y otro libro que tengo inédito de cuentos. Dicen que Pájaro en mano es bueno, algunos críticos dicen que es muy bueno, que debería de escribir más narrativa, pero el problema es que eso implica tiempo de estar sentado y como yo trabajaba no tenía tiempo de sentarme. Para escribir poemas hay que escribir un verso, dos versos, tres versos y a veces sale completo el poema. Mientras va uno en el camión uno está escribiendo en la libreta. Ahora estoy tirando mis cosas y he recuperado libretas de hace treinta y tantos años, encuentro poemas y recuerdo que los escribí cuando estaba tomando una clase que me aburría mucho y me ponía a escribir, así le hace uno, ni le hace caso al maestro.
Pero la poesía porque es más fácil, pero también es más difícil, porque luego tiende uno a repetirse y está uno repitiendo el mismo verso, me ha pasado. Con eso de que escribo en la servilleta y no las tiro, luego recupero un verso que ya ocupé en otro poema; es una especie de pegado, recupero un verso y recupero otro y la voy pegando y a veces no tiene nada que ver pero luego tiene sentido cuando está terminado. En eso de la inspiración no creó mucho, lo que sí creó es cuando de pronto estamos pensando en algo y llegan algunas ideas. Todos, a todos nos pasa de pronto que llegan ideas repetidas, profundas, las escribe uno, ustedes saben. habrán escrito por ahí alguna reflexión sobre algo que les pasa y piensan que descubrieron el hilo negro, o puede ser que no, pero pues uno lo hace.
¿Cómo define su estilo?
Escribí un libro que se llama Nahuales, habla sobre la idea del nahual, de que se transforma en animal. Teníamos un peón que se llamaba Candelario y en la casa a veces vivían los peones, había un cuarto donde guardábamos el maíz y a veces quedaba un espacio. Entonces los peones decían, como no eran del pueblo sino de otros pueblos como de Veracruz, Oaxaca, del Estado de México, decían: “Patrón, no tenemos dónde quedarnos, déjenos quedarnos por acá”. “Bueno, quédense”, les decía mi abuelo. Tenían petates, mi abuelo compraba petates y ahí, junto al maíz, se quedaban. Había uno que se llamaba Candelario, uno preguntaba: “¿El Candelario no ha llegado?. “No”, respondían. Llegaba al otro día con un bulto de tejocote. En mi pueblo no se produce tejocote, se produce tejocote en Morelos, pero caminando son muchas horas, muchos kilómetros y le decíamos: “¿De dónde trajiste el tejocote, Candelario?” “Yo fui en la noche y lo traje caminando”, contestaba. Yo le decía “no es cierto”. Era un bulto de 50 kilos, uno grandotote, y cómo le hace. “Se transforma en animal y puede cargar un bulto”, pensábamos, creíamos que el Candelario era nahual, porque se trasformaba en animal y cargaba eso. Y allá también creían mucho en eso de los nahuales y en la aparición de los muertos, de que le chillaba el muerto, pero yo nunca vi chillar al muerto ni lo vi ni nada, pero lo que yo escribí fue de esas creencias.
Un día un pintor que se llama Jesús Martínez, es un grabador, bueno, un productor, me dijo: “él va hacer el grabado y tu haz el poema”. Y yo hice un poema que se llama nahuales y se imprimió una carpeta con un grabado, y un poema mío. Era mi grabado, se iba a vender. El productor me dio la carpeta y me pagó, me dijo que tenía que ir tal día a firmar, él firma el grabado y yo el poema y mientras me iba le dije a mi abuelo: “voy a ir a firmar un grabado de un poema”. Me preguntó: “de qué se trata tu poema”. Le dije que era de nahuales y me dijo: “por cierto, tu abuelo paterno era nahual, don José Rosas era nahual”. Coincidió en que yo había hecho un poema sobre nahuales y luego que mi abuelo me dijera que mi abuelo paterno era nahual, eran creencias.
He hecho otros poemas de amor, porque yo leía muchos poemas de amor desde los griegos latinos hasta los grandes poetas como Sabines, Rubén Bonifaz Nuño, Eduardo Elizalde y yo veía que eran diferentes los puntos de vista y yo no podía escribir como lo hacían estos que estoy mencionando, o como lo hacía Manuel Acuña, como los románticos de siglo XlX. Empecé escribir, hacia no de amor pero sí de desdichado, de que siempre todo sale mal y empecé a utilizar malas palabras que se llaman groserías. Eso les gustaba mucho, decían que mis poemas eran duros, crueles. Yo le llamé o ellos lo llamaban el realismo sucio, ese es el estilo. Ahora trato de escribir más fácil, sin realismo sucio, menos duros los poemas, menos desgarrados.
¿A qué escritor o poeta admira?
Rubén Bonifaz Nuño, él fue profesor, doctor de la UNAM, escritor de más de 100 libros, él sabía náhuatl. Escribió muchos libros sobre la cultura náhuatl, hizo la traducción de La Ilíada en náhuatl, La Odisea, los Cármenes de Catulo, La metamorfosis de Ovidio. Son libros de los primeros siglos de esta era, basados en textos griegos, leyendas como Dafne, una mujer que se transformó en laurel, la metamorfosis son transformaciones de hombres en animales, en plantas, por alguna razón para escapar de la lujuria de los dioses. Por ejemplo, Ío se transformó, Hera la transformó en vaca o en una becerrita, le puso un tábano para que nunca la encontrara Zeus.
Al que más admiro es a Rubén Bonifaz Nuño. Ya ciego seguía escribiendo y yendo a clases a la UNAM, tenía secretaria y un chofer que pasaba por él, lo llevaba a la universidad. Nunca se casó, su secretaria le leía y el mentalmente atrapaba la imagen y le decía “escriba esto”, traducía del latín al español y murió hace cinco años. Es al que más admiro. A otro que admiro es Eduardo Lizalde, él todavía vive, es de los poetas mayores, tendrá unos 90 años. También admiro a un peruano que se llama César Vallejo. Y, bueno, a Juan Gelman y un montón. A los que más admiro son treinta, están en el libro que se llama Cuestión personal, son treinta poetas latinoamericanos. Hay más, pero el libro tenía que tener una extensión, no pude meter a más.