1
Todavía no he aprendido
el himno de los adioses
que dijeron que tenía que memorizar
para ahuyentar los recuerdos
que como abejas africanas
atacan en la declinante jornada
de un tipo cualquiera, de un yo,
que aún se aferra mudo y terco
a los momentos masacrados por la marcha del tiempo
que termina convirtiendo los “buenos momentos”
en cadáveres en descomposición
que atascan la fosa común existencial
en la que se convierte la vida de los
que no nos sabemos el himno.
La única arma para gente como yo
es dejar libre los suspiros
como perros sin correa
como pájaros sin jaula
como plegaria arrancada con base en la tortura
que infringe la melancolía
con sus múltiples brazos y piernas que dejan
caer madrazo tras madrazo ahuyentando el
sueño que borra todo tiempo y arranca de
raíz el pasado, presente y futuro.
2
Los malos días nunca avisan,
se hacen pendejos un rato
hasta que se les ocurre darte un aventón
sin decir agua va, ni nada, entonces;
la mujer no te contesta
otra morra te deja en visto
y la tira se da cuenta que existes
cuando estás disfrutando de la caricia
del humo dulce que te repite
que no te preocupes.
Los puercos te levantan
como si el verdadero crimen fuera
regodearse en el mal día
frente a los negocios quebrados
y las personas que se pudren detrás de los mostradores.
El Pachas me dijo, hace algunos años
que en el asiento trasero de la patrulla
uno tiene que entretenerse con la calle
como si se estuviera viendo a la jaula
de algún animal de cualquier zoológico.
3
Amanecer con la resaca
de la resignada existencia,
del despertar automático
ante un mundo abotagado de aburrimiento.
Un mundo que ignora
que la madrugada ya muerta
extendiste tu cuerpo para que los placeres
fugaces, de cristales combustionados
al ritmo de la flama de un encendedor
bailaran sobre las terminaciones nerviosas
en un carnaval químico sin reina
pero si con el rey feo del “nunca es suficiente.”
Extender el cuerpo como un bufete
para los animales carroñeros
que son los recuerdos de madrugadas
en las que brazos tiernos y cariñosos
mecían mis despojos sin limpiarme la placenta
y la mierda de la que estaba empapado.
Brazos y labios a los que no les daban asco
la risa actuada de alguien que desea amanecer muerto.
4
Ondeando en la azotea
de los días con sus noches,
como una bandera sin colores
ni lealtades, ni historia, ni significado
un trapo abandonado a los zarpazos
de un invierno demenciado y colérico
que las mañanas a base de madrazos
me hace desear que de una vez por todas
desgarre a esta bandera sin significado.
5
Con el cuerpo deshabitado
de ilusiones, amor, añoranza;
sonrisas que salvaban la subsistencia
de las que ya no quedan ni el eco.
El palacio venido a menos que es mi cuerpo
en el que ha reinado la desesperación
y algunas morras que se han aburrido
en la aridez que se topan al sentarse en el trono
de un reino azotado por la desesperanza
como el látigo azota la espalda del penitente.
La última reina abdicó sin pedir opinión
se levantó y barrió con su mirada avellanada
la corte de un solo bufón al que ya se le olvidan sus malos chistes.
6
Despertar con el sabor amargo
de la venganza no saciada
por la noche desperdiciada
en llanto de semen solitario
y las hormigas de la soledad
que suben por el cuerpo y muerden
como un ejército enloquecido por la meth
que a su paso arrasa con los poblados
de la esperanza, quemando las casas de cartón
que las ilusiones fueron levantando
en tiempos de una paz hipócrita
de relojes con silenciador.
La venganza no saciada
es el único sentimiento que crepita
como fuego moribundo
de una fogata menguada
por la falta de alimento.
7
Depongo los amaneceres
que me han sido asignados
en esta existencia,
ante las risas nocturnas
de hienas con labios carnosos
piel suave y piernas largas
que danzan al ritmo del encendedor
que hace bullir la pipa de cristal
y los recuerdos que zumban como abejas africanas.
Recuerdos que son asustados
por el grito de la felicidad
química y perfecta de la morra
que con un cruce de piernas
es capaz de arrancar la nostalgia de uno
como si arrancar la hoja de un cuaderno.
Lo he intentado pero nunca es divertido.